A PLENO PULMÓN
Cama de Fakir

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No es cómodo vivir en la RD de hoy.  Antiguamente se decía que nuestro país era “el colchón de América”, un lugar de donde los extranjeros no querían irse nunca.  Las islas “de sol y cocoteros” del poeta Tomás Hernández Franco eran varias; una de ellas parecía ser La Española.  Pero ahora, desde que amanece hasta que anochece, encontramos algo que nos irrita, nos amenaza o entorpece.  Encendemos la radio y oímos enseguida: bachata, reguetón, chismes, malas palabras, insultos  políticos, expresiones difamatorias.  El “aire público” está cargado de bajas pasiones; odios y rencores presiden las reuniones de los partidos políticos.

El tránsito de vehículos puede ser rotulado “un problema menor”.   Digamos, únicamente: conducir un automóvil es un riesgo para cualquier persona mayor de cincuenta años; a causa del desorden que generan, por partes iguales, los apagones en los semáforos y la intervención de los agentes de AMET para remediarlos; gentes armadas, irascibles y arrogantes, circulan por las calles como si fueran todas de su propiedad exclusiva.  Pero los taponamientos del tránsito en horas determinadas son dificultades que confrontan montones de ciudades.

Más desagradable aún es el incremento de la delincuencia en muchas de sus formas: robos, asaltos, secuestros, violaciones, homicidios.  En la última encuesta de Gallup sale a relucir el temor de la población por la inseguridad que padece.  Los encargados de preservar “el orden público” a menudo son cómplices de ladrones, contrabandistas, narcotraficantes; en ocasiones los propios agentes policiales son delincuentes.  Las juntas de vecinos toman medidas especiales de seguridad, pues no confían en la vigilancia policial; a veces las familias no salen los fines de semana para no dejar las casas “sin custodia”.  En muchas viviendas se han colocado rollos de alambre de púas en el borde de las cercas.  Luces, alarmas, intercomunicadores, ayudan a dormir “en cama de fakir”.

Los sentimientos que expresan los angustiados ciudadanos cubren una extensa gama: indefensión e impotencia, furia e indignación, decepción institucional, pesimismo, fatalismo.  Como se trata de asuntos colectivos, esos sentimientos van a parar a la política.  Ahí nos espera el desalentador espectáculo que ofrecen los partidos mayoritarios.  Algunos ciudadanos “protestones” exclaman: estamos entre la espada y la pared; otros dicen: ¡habrá que hacer algo!

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