A PLENO PULMÓN
Cambiar el chucho

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Cada vez que ocurre un terremoto se cita la frase del marqués de Pombal acerca del primer problema que abordarían los portugueses antes de reconstruir Lisboa tras el sismo de 1755: “enterrar a los muertos y dar de comer a los vivos”.  En Haití se enterraron los muertos; se cumplió con la primera parte de la orden de Pombal; no así con la segunda: “dar de comer a los vivos”.  Es cierto que el gobierno dominicano suministró comida durante los días que siguieron a la tragedia; algunos otros países y organismos internacionales contribuyeron eficazmente en estas tareas “de emergencia”.

 Comer es algo que debe hacerse todos los días; el trabajo estable es la fuente del salario fijo; por tanto, de la “comida saboreada con regularidad”.  En Haití no se han removido aun todos los escombros que “inspeccionaron” los rescatistas en busca de sobrevivientes.   Muchas de las promesas de ayuda externa para Haití se volvieron “sal y agua”.  Los planes para crear puestos de trabajo se desarrollan con extrema lentitud.  Ahora Haití padece una epidemia de cólera; y se espera que un huracán inoportuno desaloje de sus carpas a los damnificados del terremoto de comienzos del 2010.

Según ha declarado el vicealmirante Sigfrido Pared Pérez, director general de migración, después del terremoto han “entrado” al territorio dominicano unos 200,000 emigrantes haitianos.  Con motivo de los mercados fronterizos “se quedaron” dentro del país más de 50,000 indocumentados.  Todo ello quiere decir que el problema migratorio –como era de esperar- ha ido agravándose.   Hay que decir que no se trata de asuntos “únicamente” migratorios y sanitarios.  También son culturales, económicos y políticos. La irresponsabilidad de nuestra “clase política” es, en general, grande; pero, en este punto no tiene horizonte.

Ceguera, imprevisión y codicia, nos han conducido a una difícil situación.  Revertirla no será tarea fácil.  La pobreza haitiana, sumada a la pobreza dominicana, producirá mayor pobreza.  Los “países gordos” no desean inmigrantes sin dinero, sin educación, con poquísima salud.  Preferirán siempre que permanezcan donde están, sea en su territorio o en el vecino.  Si los políticos supieran con certeza lo que el dominicano común piensa sobre estas cosas, se llevarían una sorpresa tan grande que “cambiarían el chucho”.

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