Todos los dominicanos hemos visto alguna vez mujeres muy pobres cargando grandes pesos en la cabeza. Las llamadas marchantes recorren distancias considerables con canastas de mercancías sobre la cabeza. ¿Cómo pueden resistir las vértebras cervicales la acción permanente de ese peso? Esta pregunta la hacen los extranjeros, tanto aquí como en Haití, al ver pasar marchantes erguidas, llevando en la cabeza legumbres, frutas, tubérculos, botellas de miel de abeja. Un rodete de tela es el único amortiguador que les protege los huesos del cráneo. Pedí a una vendedora ambulante que me mostrara el cojín circular. Ella respondió: ¿para qué quiere usted ver el babonuco?
El pasado lunes leí en este diario que el prófugo Figueroa Agosto tenía pasión por el lujo, lo mismo que sus socios y amantes. Pensé entonces en otra clase de cargas que llevamos dentro de nuestras cabezas. Figueroa y sus amigos no son los únicos apasionados por enseres de lujo, automóviles deportivos, casas con dispositivos electrónicos y completamente climatizadas. Es una preferencia mayoritaria que determina, actualmente, el gusto y la conducta de jóvenes y viejos. La televisión por cable, la red de Internet, el cine, la literatura contemporánea, promueven y difunden ese estilo de vida.
Nos han metido en la cabeza que haga frío o haga calor, siempre, consumir es lo mejor. Antes que nada, somos consumidores; primero que la persona humana o el ciudadano, está la condición de consumidor, eje central de la economía, del mercadeo, de la política internacional. ¿Para qué son las tarjetas de crédito? Para facilitar el consumo; sin tener dinero efectivo puedes consumir y diferir el pago. Todos los días del mundo vemos el espectáculo de la abundancia: en el supermercado, en el mall. Las personas acaudaladas son modelos de consumo ostensible, admirables, dignos de imitación. Las clases necesitadas quieren parecerse a los de arriba.
Antiguos contables recomendaban no excederse en los gastos más allá de los ingresos. Ahora hacen presupuestos de gastos: debo gastar tanto; y buscar luego, a como dé lugar, el dinero con qué pagar. Para gastar lo que no tenemos es preciso endeudarse; o hacer, sin miramientos, cualquier clase de negocios. Finalmente, delincuentes, prostitutas y acreedores, consiguen aplastar las vértebras del novo-consumidor.