A PLENO PULMÓN
Castrados al nacer

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Los dominicanos hemos sido educados en una tradición pesimista.  Durante años y años se nos ha dicho que somos un pueblo deleznable, siempre apaleado por alguna tiranía: Santana, Báez, Lilis, Trujillo.  Algunos políticos del remoto pasado afirmaban: “el pueblo dominicano sólo sabe de la anarquía o de la tiranía”.  José Ramón López, Moscoso Puello, Américo Lugo, Juan Bosch, cada uno a su manera, han mostrado “enfáticamente” las debilidades ancestrales de nuestro pueblo.  El pesimismo  es resultado explicable de una historia terrible y frustrante.  Pero también es una “fuerza histórica” que nos lastra y condiciona.

Esa infravaloración social del pueblo dominicano es una carga colectiva que nos impide resolver problemas que podrían solucionarse.  Es obvio que no tendrán solución nunca si ni siquiera intentamos buscarla.  Antes de plantear el problema, o de esbozar algún plan para afrontarlo, nos damos por vencidos.  La batalla no tiene lugar, porque mucho antes que suene el tambor ya hemos renunciado a la lucha.  ¿Para qué luchar, si de todos modos no se arreglará nada?  Los problemas de “autoestima” afectan a las personas lo mismo que a las sociedades.

La escuela dominicana debería establecer programas de estudios pensados para dominicanos. Específicamente, para contrarrestar los efectos paralizantes de la “baja autoestima”.  No basta con “poner al día” los libros de texto, los métodos de enseñanza, la evaluación del profesorado. El sujeto de la educación, el joven estudiante, no debe crecer castrado para la acción transformadora de su propio país.  Se les ha inculcado a los padres de miles de muchachos que nuestro país “no sirve para nada”, que lo mejor es emigrar, aunque sea costoso económicamente; y doloroso, emocionalmente.

Abuelos, padres, hijos, han transmitido a los descendientes esa tara conformista con que se  justifica la inacción,  la molicie.  A los campesinos los caracteriza “la imprevisión, la violencia y la doblez”; las masas de las ciudades están compuestas por “alcohólicos, ladrones y homicidas”.  Los miembros de la clase media carecen de “una escala de valores morales; no tienen lealtad a nada, a un amigo ni a una idea”.  Esas citas proceden de textos conocidos de López, Lugo y Bosch; los tres, “patriotas maldicientes”.  Es hora de empezar a remover esa costra histórica envenenada.

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