A PLENO PULMÓN
Cháchara sabatina

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Se ha dicho que las personas que hablan mucho trabajan poco.  A cada momento aparece un anciano sentencioso que nos recuerda el valor de la acción: “hechos, no palabras”.  La gente desconfía más de las peroratas mercantilistas de nuestro tiempo que de los discursos campanudos de antaño.  Usted levanta el teléfono y escucha enseguida una voz femenina recitar: “permítanos ofrecerle un nuevo producto de nuestra compañía; usted ha sido elegido para beneficiar del plan especial de préstamos destinados a vacacionar en las más hermosas playas del Caribe insular”.  La voz ha repetido el mismo  texto cien veces durante el día.  Ese es su trabajo ordinario.

 Los locutores de radio y televisión se ganan la vida hablando: difunden noticias, leen boletines acerca del tiempo, entretienen al público durante prolongados actos oficiales.  También hacen resúmenes de los discursos que pronuncian políticos y funcionarios.  Con mucha frecuencia las palabras de los locutores son más consistentes que las de los políticos y funcionarios.  Estos últimos hablan a menudo para decir que harán algo que, en realidad, no se proponen hacer: “los culpables serán traducidos a la acción de la justicia” es una frase tan repetida como el CD de la promotora de vacaciones en la playa.  El trabajo principal del funcionario es negar rumores o anunciar proyectos.

 Los predicadores religiosos, los reformadores sociales, se dedican al noble trabajo de hablar.  Su oratoria está encaminada a convencernos de que debemos mejorar nuestra conducta, en el primer caso; a persuadirnos de la conveniencia de “aunar esfuerzos para transformar la sociedad”, en el segundo.  Fue un trabajo enorme para el del apóstol Pablo difundir las doctrinas cristianas en el mundo antiguo.  Lo hizo mediante sermones y cartas.  Los sacerdotes y obispos de nuestro tiempo proceden de igual manera: pronuncian homilías, redactan cartas pastorales. 

 No hay que poner en duda el famoso refrán: “del dicho al hecho hay un gran trecho”.  Pero tampoco pueden negarse las afirmaciones de Juan el evangelista: “En el principio era la palabra”… “Ella estaba ante Dios en el principio”… “Por Ella se hizo todo y nada llegó a ser sin Ella”.  Las prédicas del religioso, del reformador, del maestro, del editorialista, aunque se echen en saco roto, trabajan osmóticamente.

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