Hace ocho años escribí un artículo titulado Lectores y escritores. El tema de la relación entre productores y consumidores de textos no ha perdido interés entre periodistas, publicistas, educadores. ¿Qué clase de escritos prefiere la gente? ¿Cuáles temas rechaza y cuáles acepta? Los editores de libros, revistas, periódicos, exploran los gustos del público. Suponen que, una vez conocidos esos gustos, podrán elaborar productos literarios de venta masiva. Mercadólogos expertos en la conducta de jóvenes y viejos, recomiendan métodos específicos para conquistar lectores, tomando en cuenta ocupación, sexo, edad.
Suele ocurrir que un cocinero prepare un plato a su gusto, o al de su mujer, lo presente al público y sea recibido gozosamente. Hasta entonces nadie había comido nada igual. En los gustos del público no podía estar un plato que no existía, del que no se tenían noticias. Este fue el caso de Cien años de soledad, la famosa novela que irrumpió en el mundo hispánico hace 43 años. Los condimentos del cocinero-escritor parecen tan importantes como los artificios de venta del promotor-editor.
Escribí entonces: Los buenos escritores tienen la virtud de peinarnos el cerebro; ordenan hacia el lóbulo izquierdo los asuntos económicos de la vida colectiva; del lado derecho, arreglan una trenza con los problemas políticos y, al centro, preparan un moño grande con los pelos antropológicos elementales. Todos los escritores valiosos, sean de ficción o de reflexión, producen el encanto o la magia de aclararnos la percepción del mundo. Los poetas componen cuadros o escenarios, los novelistas nos hacen subir a un tren en marcha; los pensadores aspiran a disecar los diversos momentos de la existencia humana. Pero todos nos entregan una visión enriquecida de la historia, de la sociedad, de las personas concretas. Es una lástima que leer sea hoy una ocupación declinante, en camino de extinción.
La gente lee para informarse de lo que ocurre en torno; lee periódicos, boletines, pizarras electrónicas, etc., pero cada día lee menos por el mero placer de leer. Hay personas que leen en aeropuertos con el propósito de matar el tiempo, quizás para evitar el encuentro con el prójimo. Para leer con entusiasmo, gusto y provecho, se necesitan verdaderos escritores. Ellos siempre encuentran lectores generosos.