A PLENO PULMÓN
Colmenas que emigran

A PLENO PULMÓN<BR>Colmenas que emigran

¿Cómo pude tener noticias de estos experimentos con barajas?  Pues por obra y gracia de las abejas, que todo lo polinizan.  Dos colmenas de las que el alemán Meinecke mantenía en Isabel de Torres escaparon repentinamente de sus cajas.  Una de ellas voló hasta meterse debajo de la cama de un vecino; la otra,  se agolpó en el techo de la cocina de la casa.  El alemán fue a visitar al señor invadido por las abejas. El hombre estaba parado en la puerta con tres picaduras: en la cara, en una mano.  Había resuelto abandonar la vivienda y bajar a Puerto Plata a buscar ayuda.  Era mi amigo Severino García, profesor universitario en retiro.

Directamente, de boca del alemán, Severino conoció el resultado de los experimentos.  Me contó que Pedro Pradera estimaba que “el único pecado grave en la vida es perder dinero”.  Cuando se pierde dinero nada puede sostenerse; las empresas quiebran, los empleos se acaban.  Para no perder dinero hay que hacer toda clase de cosas “incluso matar gente”.  Todo necesita cierto “nivel de beneficios”.  Meinecke le dijo a Severino que Pradera admitió: la banca de apuestas y la política son “el pico y la pala para ganar dinero”.  El mayor pecado ha sido siempre ser pobre; “también el más duramente castigado”.

Juan Sumario, en cambio, creía que el Gran Pecado era tener “más  dinero de la cuenta”.  Hacía gestos de disgusto al referirse a los ricos industriales: “están podridos en cuartos”. Falsifican los productos, adulteran la comida; los negociantes no se paran delante de ninguna regla, legal ni sanitaria.  “Se llevan de encuentro” a todo el mundo.  Meinecke tenía guardado bajo un cristal el siete de tréboles con que anduvo Pradera por tres meses; y desde luego, el siete de diamantes que le tocó a Sumario.  Las dos barajas estaban manchadas de sudor.

Acerca del pecado Pradera y Sumario sostenían opiniones completamente opuestas.  Los dos, según Meinecke, emplearon muchas veces las palabras: castigo, maldad, perversión, como si fuesen ministros religiosos.  Pradera se burlaba de aquellos sacerdotes que parecían no tener interés en el dinero: “tendrán que vivir de las limosnas”.  Sumario decía: detesto los curas, “no son más que unos parásitos reaccionarios”.

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