Acepté trasladarme a Las Terrenas, en la península de Samaná, con la declarada finalidad de contemplar el Océano Atlántico durante cuatro días. Las Terrenas está enclavada en el lado opuesto de Arroyo Barril. En un extremo, las gratísimas aguas de la bahía; en el otro, la amplitud inabarcable del océano. La idea de hacer este viaje salutífero partió de una de mis hijas, fue corroborado por mi mujer, por todos mis hijos y algunos nietos. La unanimidad familiar, las perspectivas gastronómicas, no permitían otra opción que no fuera hacer las maletas, llenar el tanque de gasolina y tomar la carretera nueva de los múltiples peajes.
Lo primero que salta a la vista es que la carretera atraviesa el Parque de Los Haitises. Debemos contar miles de troncos marchitos de palmas africanas. Parecen una procesión de espectros vegetales. Los árboles muertos toleran que plantas parásitas trepen hasta alcanzar unas copas inexistentes. Las enredaderas semejan telarañas en un cementerio. Al pie de esos renegridos palos necrosados, brotan las nuevas palmas africanas que tomarán el lugar de los espectros. La zona reclama un fotógrafo entrenado para mostrar la estrecha relación entre el hombre y el paisaje. La ecología es una disciplina híbrida que podría incluir el periodismo gráfico.
Dos cadenas de montanas sufrieron grandes cortes de tierras para que esta carretera fuera posible. La Cordillera Central bloquea las estaciones de radio de Santo Domingo cuando avanzamos hacia el sistema montañoso septentrional. Por el camino se ven pastos verdes con vacas echadas, amarillas y berrendas, extensas siembras de arroz inundadas por agua. Las señalizaciones son adecuadas; nos advierten los peligros de las curvas muy cerradas o las cuestas demasiado empinadas.
El trecho que conduce al mar es el más bello de todo el camino. Hay un momento en que la presencia del océano nos penetra por los ojos. Es una invasión poderosa, diría cierto poeta excepcional. Los colores de las aguas: azules, esmeraldas, verdinegras, se expanden hasta terminar en espuma plateada en el borde de la costa. Al final, desde lo alto de las lomas, vemos largas playas color beige a través de una cortina de cocoteros. Ese espeso follaje y la columnata de troncos, nos anuncian el paraíso.