A PLENO PULMÓN
Conservar y desechar

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Todos los años oímos hablar de algo “recuperado”.  Se recuperan de pérdidas las bolsas de valores; se recuperan tesoros sumergidos en los lechos marinos; se recuperan los árboles abatidos por plagas o ciclones.  Todo eso está bien y no necesita explicaciones de ninguna clase.  Pero también se “recupera” la memoria.  Si fuese la memoria de un enfermo de amnesia temporal, tampoco habría que dar explicaciones.  Sin embargo, cuando se trata de la “memoria colectiva”, surgen algunos problemas punzantes y contrapuestos. 

¿Qué recuerdan y qué olvidan las colectividades humanas?  Esa pregunta, planteada por hombres como Ernesto Renán, ha dado lugar a larguísimas discusiones.  Los pueblos tienden a recordar los acontecimientos felices y a olvidar los trágicos.  Las batallas ganadas merecen el levantamiento de arcos de triunfo.  Las derrotas no se mencionan; a veces son borradas de los libros de historia.  No siempre es así.  Hay ocasiones en que los sucesos luctuosos marcan para siempre la “memoria colectiva” de tal o cual pueblo.  Los judíos conservaron durante más de dos mil años el recuerdo de la destrucción del primer templo.  Puede decirse que la derrota y la dispersión los unificó.

Los aglutinó y conservó el efecto demoledor de una tragedia.   Tuvieron “necesidad” de vivir a expensas de la memoria; recorrían las páginas del Antiguo Testamento, que describían el país que no tenían y donde no vivían: un suelo incorpóreo, imaginado, legendario.

En los países de Europa del Este ocurría a menudo que un poeta, un escritor, fuera proscrito por decisión de gobiernos totalitarios.  Las obras de estos autores no circulaban en los lugares donde habían nacido; no los conocían sus compatriotas jóvenes.  Libros valiosos de muchos artistas tuvieron que ser “recuperados”. Historias macabras de políticos asesinos, también hubo que “recuperarlas” para “la memoria de la sociedad”. El poeta cubano Heberto Padilla escribió “La mala memoria”, libro que me obsequió en 1991; a contrapelo, Tzvetan Todorov compuso “Los abusos de la memoria”.  Stalin, Hitler, Trujillo, producen los mismos fenómenos en sus respectivas sociedades: conciencia sucia, exaltación fanática, justificación de actos “de fuerza”, nostalgia del “orden rígido”.  ¿Qué cosas hay que recordar? ¿Cuáles sería mejor olvidar? He aquí el problema, a lo Hamlet, que acarrean todas las dictaduras sangrientas.

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