Se ha consignado que Albert Einstein, a punto de morir en un hospital de New Jersey, dijo a su médico: Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Lo haré con elegancia. El famoso físico dijo hora de irse; no hora de quedarse, de cesar o desaparecer. ¿Irse a otra parte? ¿A otra dimensión de la realidad espacial? Es posible que esta frase no tenga ni más allá, ni más acá; que sea una simple expresión idiomática: los que mueren se van. Se van o se ausentan; los demás, quedan privados de la compañía del que muere.
Siempre son los demás quienes hablan de los muertos. Desde ese punto de vista, todos los muertos van a la tumba. La lengua es una prisión expresiva. Pero se trata de un gran personaje de la ciencia, de un matemático que puso de cabeza la física clásica; de un hombre que se refirió varias veces en su vida a la idea de Dios. ¿Qué habrá querido decir con eso de irse? En lugar de examinar la conmovedora frase he hecho mi parte, la gente se empeña en atribuir carácter riguroso a una locución trivial. Einstein no estaba en clase; no tenía que ser exacto, como si demostrara un teorema.
¿A dónde irían a parar los átomos que formaban la cabeza y las barbas de Einstein? Sus cenizas fueron esparcidas en los alrededores del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton. De los átomos no sabemos, pues según parece se reciclan y su duración es prácticamente interminable; (1035 años). Einstein sostenía: La más bella y profunda emoción que nos es dado sentir es la sensación de lo místico. Ella es la que genera la verdadera ciencia. El hombre que desconoce esa emoción, que es incapaz de maravillarse y sentir el encanto y el asombro, está prácticamente muerto.
Un día Einstein contestó a un curioso: Creo en el Dios de Spinoza, que es idéntico al orden matemático del Universo. Según Spinoza, Dios compendia las tres substancias de Descartes. La naturaleza física y el pensamiento, son modos de Dios. Nuestra inteligencia, pieza de Dios; y Dios, naturaleza naturante. Eso creía Spinoza.