Pronto tendremos que estudiar las costumbres electrónicas y los hábitos digitales. Desde que dio inicio la llamada edad atómica, al concluir la Segunda Guerra Mundial, cada día dependemos más de los aparatos electrónicos. Los físicos que lograron la partición del núcleo atómico empezaron sus investigaciones mucho antes; pero sólo tras las explosiones espantosas de Hiroshima y Nagasaki, comenzó el aprovechamiento técnico de la ciencia electrónica. Hoy casi todo funciona a base de algún circuito electrónico. La radio, la televisión, los electrodomésticos de cocina, son electrónicos. También son electrónicos muchos procedimientos de producción industrial. La electrónica está presente en nuestras vidas desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.
En la vida civil, en la militar, en la organización económica, es imprescindible la intervención de la electrónica. Ahora está llegando al lenguaje coloquial. Yo estoy setiado, afirmó un joven motociclista a la salida de un supermercado; a mi no me cojen asando batatas los políticos con sus habladurías. Me hizo gracia la combinación de batatas con electrónica: por estar setiado, no asaría el dulce tubérculo de nuestros campesinos. El motociclista procedía, probablemente, del mundo rural; pero estaba integrado plenamente a la civilización electrónica. Miles de muchachos de clase media pasan la vida chateando desde teléfonos celulares, enviando fotografías a sus amigos, compartiendo mensajes chistosos.
Otros grupos sociales alquilan vídeos, utilizan avanzadas aplicaciones en sus costosas tabletas, trabajan a través de la red de Internet y postean continuamente. Algunos practican el wasapeo erótico. Facebook es un ámbito cibernético que sirve para todo: para el comercio y la diversión, para la comunicación barata a larga distancia, para la difusión social de la poesía y el fortalecimiento de la cultura popular.
La vocación poética ha encontrado un nuevo cauce; centenares de nerudas, en todo el mundo, escriben los versos más tristes cada noche; y de día, escriben versos eróticos donde relatan actos venéreos o fantasías libidinosas. Los amigos de la red asumen el papel de críticos; expresan admiración con pocas palabras: !Genial! !Qué bello! !Me impresionó!. A veces la crítica es trisilábica: !Wao!. Los viejos críticos, exigentes y elitistas, echan de menos que alguien diga, en lugar de wao, ¡ay Dios mío, que es esto! ¿Derechos de los poetas?