A PLENO PULMÓN
Cueva de recuerdos

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Los periodistas de hace cuarenta años no soñaron nunca que su riesgosa y mal pagada profesión pudiera experimentar tantas transformaciones.  Un fotógrafo de antaño debía cargar en todo momento con un montón de bombillas de magnesio.  Sin ellas no podía producirse el “flash”.  Las películas tenían que ser reveladas en un laboratorio, a obscuras, secadas y copiadas.  Ahora los reporteros gráficos usan cámaras digitales y pueden transmitir las imágenes desde una “laptop”.  Cuando asesinaron al Presidente Kennedy, la noticia nos llegó primero por teléfono, después a través de los teletipos.

En aquella época el periódico “Listín Diario” tenía contratado el novedoso servicio de radio-foto.  Todos los días se recibía un número limitado de fotografías por vía de este equipo, instalado en la azotea del edifico del diario.  El encargado de atender dicho servicio hacía algunas jugarretas para poder salir más temprano del periódico.  Sacaba el “tubo catódico” del “chassis” del receptor e inmediatamente éste dejaba de funcionar.  Si era “de noche”, no era posible localizar al radiotécnico para “repararlo”.  El día de la muerte del Presidente norteamericano me pareció que podrían efectuarse transmisiones extraordinarias.

Subí a la azotea y encontré que el aparato no encendía las luces “como era debido”.  Abrí una portezuela lateral y encontré el “bulbo” fuera del enchufe.  Un ayudante de fotomecánica colocó “la pieza” en su sitio; enseguida comenzamos a recibir fotografías; esta vez numerosas, pues se trataba de un magnicidio.  El empleado, ausente por “averías de carácter técnico”, fue despedido al otro día.

El tránsito de los periódicos, desde la linotipo y las rotativas de impresión directa hasta las máquinas “offset”, ha sido espectacular.  Los métodos de “composición en frío”, de titulación, diagramación de páginas, también han cambiado radicalmente. No hay que decir que el cambio más profundo ha sido la llegada del computador a la redacción.  Los periodistas, sin embargo, han cambiado poco en el curso de los años. Los tenemos hoy de las mismas variedades de hace tres décadas: lentos y rápidos, cumplidores y holgazanes, correctísimos y sinvergüenzas, inteligentísimos y “torpones”, como ocurre en todos los oficios.  Anteayer, al leer mi colaboración “El aceite de niño”, entré sin quererlo en una “cueva de recuerdos” del año 1963.

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