A PLENO PULMÓN
Dadme un balcón…

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Dadme un balcón…

En el Ecuador hubo un Presidente de la República que solía decir, aproximadamente: “Para conquistar el poder sólo necesito un balcón desde el cual pueda hablar a la multitud”.  El doctor José María Velasco Ibarra fue electo Presiente de su país cinco veces, entre 1934 y 1972.  La calidad de su oratoria, el poder verbal, lo llevaba una y otra vez al poder político.  Hay que anotar que su esposa murió en Buenos Aires al caer de un autobús.   Velasco Ibarra salió del palacio sin automóvil, sin dinero, sin tierras ni negocios personales.

Casi todos los hombres públicos son capaces de comunicarse con los demás a través de la palabra, hablada o escrita.  Hay, ciertamente, excepciones; individuos taciturnos, que apenas pronuncian palabras y, sin embargo, poseen un “carisma” especial para dirigir u organizar hombres. Aun los sujetos de esta clase, que inspiran confianza por su atractivo somático, por sus gestos corporales inconscientes, necesitan abogados y publicistas para difundir sus puntos de vista.  La oratoria y las cartas de San Pablo llevaron el mensaje de Cristo a lugares muy distantes de Samaria y Judea.

Es la hoja de vida de un personaje público la que da o quita credibilidad a sus discursos.  Por eso algunos líderes logran monopolizar el escenario político durante décadas.  Ese fue el caso de Velasco Ibarra en Ecuador.  Lo mismo podemos decir de Churchill en Inglaterra, del general de Gaulle en Francia.  Y, si se quiere pisar tierra propia, Balaguer en la RD.  Los antecedentes y la experiencia acumulada, la disciplina, el carácter decidido, unidos a la capacidad para expresarse, convirtieron a estos hombres en “referentes colectivos permanentes”.

El Presidente Velasco fue toda la vida un maestro.  Ejerció el magisterio en Buenos Aires, en Quito. Periodista, escritor, hombre de Estado, Velasco desafiaba a sus contrincantes políticos diciendo: “Dadme un balcón”.  Confiaba en el poder de la palabra.  Explicó que un gobernante debe dormir con los Evangelios bajo la almohada; aunque al despertar tenga la obligación de aplicar las enseñanzas que contiene  “El Príncipe” de Maquiavelo.  Me parece que Julio César Castaños propone en su libro una receta parecida a la de Velasco.  La grandeza política exige tres cosas: oratoria, derecho, piedad cristiana.

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