A PLENO PULMÓN
Danza de las letras

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Danza de las letras

Los hombres de letras enroscan palabras alrededor de los temas de sus escritos; las trenzan en un abrazo sintáctico como si bailaran un tango con los objetos.  Dan rodeos sigilosos en puntillas, silenciando los pasos, para sorprender las cosas por las espaldas.  A veces avanzan rápidamente, en una carrera repentina que les permite “desplegar” ideas delante del lector.  Cuando acaban de exponer un problema hacen reverencias parecidas a las del “ballet” clásico, equivalentes a “ya está dicho todo; nos despedimos del público hasta la próxima presentación”.  Un lector atento nunca deja de percibir los compases casi bailables de un escrito literario.

Muchísimas personas, inteligentes y cultas, creen que la musicalidad verbal es algo exclusivo de la poesía.  La “versificación  tradicional” opera a base de medir sílabas, colocar acentos, intercalar rimas.  Es obvio que el romance castellano tiene un ritmo característico, atado a la respiración pulmonar sin esfuerzos.  Los poemas “de arte mayor” pretenden comunicarnos las cosas en otro tono; nos exigen llenar los pulmones de aire, enfatizar cadencias, hacer pausas dramáticas.  La musicalidad del arte de la poesía es inocultable, incluso para personas a quienes no interesa la poesía.  Lo que no parece tan claro es hablar de danza en la prosa.

 Cada persona vive desde su propia tensión vital.  Hay individuos de rápida frecuencia cardiaca, con pulso “normalmente acelerado”.   Otros individuos son de marcha sanguínea más lenta; algunos necesitan ayuda de “marcapasos” y medicamentos para remediar esas “pulsaciones perezosas”.  Si se trata de escritores, el talante fisiológico todo –nervios, sangre, impulsos inconscientes- se refleja en la escritura.  Mark Twain escribía “andantes” tranquilos, apacibles, al evocar pueblos sureños durante “los sábados en la tarde”; en ciertos momentos hacia trotar la prosa como si sus palabras fueran arrastradas por un caballo.  Describía en esos casos “turbulencias rurales”.

 Mark Twain nació con el cometa Halley; murió, a los 75 años, el mismo día que el cometa apareció de nuevo.  Quizás era un hombre “astronómicamente marcado”, al cual hubo que rebautizar en la exactitud para que “marcara veinte” en las orillas del Mississippi.  Existen autores que se expresan mediante giros veloces, como si bailaran un vals.  Pronto conoceremos el “hip-hop” literario; y vemos escritores “rotando” sobre el cóccix.

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