Existe un viejo proverbio albanés que reza: después de dar la mano a un griego, cuenta tus dedos. Los funcionarios de la Unión Monetaria Europea han comprobado que los albaneses no estaban lejos de la verdad. El gobierno griego llevaba una contabilidad parda de cuentas nacionales. Las naciones europeas que tuvieron la audacia y la fortaleza económica para establecer un mercado común, idearon también una moneda que sirviera a todos los miembros de ese esquema de integración regional. El desarrollo de dicha moneda nos llevaría a un nuevo equilibrio monetario internacional.
El dólar y el yen no tendrían entonces un peso tan grande en el comercio mundial. Las autoridades de la Comunidad Europea toparon con el problema práctico del desarrollo económico desigual. Grecia, España, Portugal, podrían entrar en el mercado común, no así en la Unión Monetaria. Para lograr esto último necesitarían cumplir ordenadamente ciertos requisitos, someter sus economías a diversos rigores administrativos. El dracma, la peseta, el escudo, no eran monedas tan fuertes como el franco, o el marco. Esos países pobres alcanzarían ventajas comunitarias tras una severa disciplina.
Los griegos ganaron mala fama desde la Edad Antigua. Se recomendaba desconfiar de regalos ofrecidos por griegos. No era más que una alusión al celebérrimo caballo de Troya que los soldados helenos dejaron frente a las puertas de la ciudad sitiada. Hacer trampas es propio de hombres y pueblos desesperados. Los griegos actuales han desaprovechado los regalos económicos de la Unión Europea. Así como hay una literatura picaresca, también existe una política súperpicaresca. En el primer caso, la pobreza es la causa eficiente; en el segundo es más difícil encontrar motivaciones económicas coherentes.
Esto viene a cuento por una desoladora tragedia: el terremoto de Haití. ¿Es verosímil que el número de muertos crezca de 100 mil en 100 mil? Sabemos que en Haití no hay un registro civil adecuado; es obvio que los emigrantes haitianos carecen de documentos de su propio país; también entendemos que manejar una avalancha de muertos entorpece estadísticas cuidadosas de las defunciones. Pero queda siempre la duda razonable. ¿Practican los haitianos métodos griegos para incentivar la ayuda humanitaria internacional? ¿Desaprovechan los regalos? ¿Cortan los dedos de las manos que les socorren?