A PLENO PULMÓN
Dejar vagar los sentidos

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Dejar vagar los sentidos

Sabemos muy poco de los misterios fisiológicos de la química cerebral. ¿Cuántos factores entran en juego para que los hombres se inclinen a la contemplación?  Un personaje femenino de una novela experimental aparecida el año pasado, dice: “miren el cielo, compren flores en el mercado, contemplen el color de los vegetales apilados, ejerciten el olfato, escuchen música, dejen vagar los sentidos, evoquen recuerdos gratos de su juventud.  Sigan estas reglas de higiene mental”.  Creo que la clave está en dejar vagar los sentidos.

El efecto sedante de la contemplación es incuestionable.  Pero no puedo decidir si a la actividad sigue, necesariamente, el reposo; o si el reposo contemplativo es la antesala donde incuba la acción con propósitos.  El caso es que algunas veces la gente “se sienta” a observar un cielo plomizo cargado de humedad. ¿Cambia el tono vital al ritmo de la presión atmosférica?  No parece posible que los niños puedan “volverse melancólicos”; sin embargo, estoy convencido de que el color de las cortezas de ciertos árboles, la forma esquelética de algunas ramas, pueden afectar el estado de ánimo de los niños.  El follaje de un roble –y las flores que caen continuamente desde la copa- tienen efectos tranquilizantes sobre los jóvenes turbulentos.

 En la confluencia de la calle Luperón con Las Mercedes, en la ciudad colonial, existe un roble de tronco poderoso.  Fue plantado a comienzos del siglo XX en una plaza triangular, dedicada a María Trinidad Sánchez en el año 1944, centenario de la fundación de la RD.  Lo conozco perfectamente porque viví frente a este roble siendo un adolescente.  Las pequeñas flores blancas del enorme árbol creaban una alfombra vegetal sobre las puntas del triángulo y parte de ambas calles.  El viento las movía caprichosamente; y la lluvia las reunía en mogotes que embellecían la basura de las cunetas.

También ocurren parecidos fenómenos cuando gozamos de la vista de un paisaje montañoso, de un lago lleno de embarcaciones; del movimiento permanente de las olas en una playa de arena de coral.  Hay ocasiones en que el sistema nervioso se concede vacaciones; prefiere no pensar ni actuar.  Entonces los sentidos reclaman un puesto de honor.  Esa es la hora de la contemplación.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas