A PLENO PULMóN
Descalzos y a pie

<STRONG>A PLENO PULMóN<BR></STRONG>Descalzos y a pie

El primer día del Año Nuevo es un día astronómicamente idéntico al último día del año anterior.  Tiene, como de costumbre, 24 horas; como siempre, volveremos a realizar las rutinas habituales.   Pero emocionalmente no es la misma cosa.  El mundo sigue andando, asegura la letra de un viejo tango; nosotros, continuaremos en el lomo del planeta, desplazándonos en el espacio-tiempo.  El calendario pretende cortar la eternidad en rebanadas, separar en gajos el flujo perpetuo de los instantes.  Y ninguno de estos pensamientos nebulosos consigue suprimir el despampanante “debut” del nuevo año.

¿Cuántas cosas hicimos mal el año pasado? ¿Cuáles problemas rehuimos afrontar? ¿Qué clase de decisiones hemos aplazado?  Los objetivos que no logramos alcanzar ¿podrían conquistarse durante el año que empieza?  ¿Hay formas de trabajo, o de conducta, que debamos corregir?  Los proyectos inconclusos esperan ser retomados.  Las fiestas de Año Nuevo incluyen una pausa reflexiva que nos permite enhebrar el hilo de todo lo pendiente.  Las cuestiones personales podrían encontrar así una organización mínima: agendas, escalas de prioridades, cronogramas.  Volveremos a “montar en el caballo” provistos  ya de un itinerario.

 Los problemas sociales, económicos, políticos, son mucho más complejos y engorrosos que nuestros dilemas individuales.  A menudo sucede que ciertos obstáculos personales que confrontamos proceden del “contexto general”, esto es, de los trastornos sociales.  Es obvio que la falta de  energía eléctrica, la delincuencia, la tasa de cambio del euro, el precio del petróleo, los abusos de los políticos, son asuntos que nos afectan de muchos modos.  No tenemos manera de escapar de los problemas colectivos.  Por eso es preciso prestarles la mayor atención.

 Al despertar en enero del 2010 felicitaremos efusivamente a familiares y amigos, deseándoles buena salud, prosperidad, sosiego.  ¿Cómo sería esto posible? Para que esos deseos se conviertan en realidades tendrían que cumplirse algunos requisitos: que la economía crezca y se puedan crear más empleos; que los servicios médicos se expandan; que se logre contener la criminalidad; que la policía sea reformada; que los partidos políticos experimenten una amplia renovación de sus programas, de sus dirigentes y procedimientos.  Entonces, decir: “Feliz Año Nuevo” en esta época es como una advertencia: “prepárense a cruzar a pie y descalzos el desierto de Atacama”.

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