A PLENO PULMÓN
Días sin periódicos

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Días sin periódicos

Si una persona muere y su muerte no es reseñada por los periódicos, nos parece que no ha muerto en realidad.  Hasta que no vemos publicada “la noticia”, o leemos la esquela mortuoria, el muerto no está muerto “completamente”.  Mientras no ocurre “la publicación” se trata de un “fallecimiento secreto”.  Damos más crédito a “la prensa escrita” que al acta de defunción expedida por un médico legista.  Hemos pasado dos días sin periódicos y “no ha ocurrido nada”, a pesar de que “el mundo sigue andando”.  La marcha de los astros no se ha detenido durante esos dos días. 

Para los periodistas la falta de periódicos es un asunto “del otro mundo”.  Les altera sus costumbres.  Sin el periódico el café carece del buen sabor y de las emociones con que suele beberse por las mañanas.  ¿Nos hemos perdido de algo importante?  La ausencia de periódicos no ha producido anemia, ni siquiera un simple dolor de cabeza, a los que no son periodistas.  Muchos de ellos se libraron de “la mala impresión” que produce la lectura de noticias acerca de crímenes por encargo, descubrimientos de “alijos de cocaína”, malversaciones de fondos públicos. 

Una “ventaja psíquica” o ahorro emotivo inesperado. Se dirá que hay también otras noticias que no causan ningún daño psíquico.  Sobre nuestros deportistas favoritos, en primer lugar; acerca de cantantes, actores, bailarinas, espectáculos artísticos de diversas clases.  Las noticias de la economía mundial, de negocios locales de todos los días, son cosas de las que no es fácil prescindir.  Los periodistas no pueden vivir sin periódicos.  Por ellos se enteran de lo que se cubre “en exceso” y de lo que “no se cubre en absoluto”.  Además, sin los “chismes políticos” la vida dominicana perdería sal y pimienta.   En las épocas de Marco Polo y del almirante don Cristóbal las noticias “no corrían” tan rápidamente como en nuestros tiempos “electrónicos  y audio-visuales”.  Tardaba mucho en saberse lo que había ocurrido a 200 leguas de distancia.  Había que esperar a que llegara un viajero que contara los sucesos.  Cuando arribaba otro viajero procedente del mismo lugar, se comprobaba que el primero había “inventado” la mitad de las historias.  ¡A veces conviene hacer una pausa!

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