César Antonio Molina es un escritor gallego nacido en 1952, quien fue Ministro de Cultura de España entre 2007 y 2009. El Presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, lo destituyó. Molina, licenciado en derecho y experto en ciencias de la comunicación, escribió ayer un artículo en El País, titulado Democratización y odio intelectual. El tema central del escrito es la transformación producida por la red de Internet en la mentalidad de los jóvenes de hoy. El cine, la radio, la televisión, han sido medios de comunicación de enorme influencia en la vida contemporánea. Esos viejos recursos audio-visuales fueron incorporados a Internet. Componen una síntesis sensorial con añadidos especiales.
La vulgarización del computador trajo nuevas disponibilidades para el hombre actual. Internet significa: enciclopedia, diccionario, instrumento de trabajo, de comunicación y de entretenimiento. Además, es una inagotable obra de consulta universal que se renueva continuamente. Música, colores, sonidos, imágenes, opiniones, noticias, libros, documentos; todo parece estar a nuestro alcance. Con sólo marcar una contraseña o dar un click, ese mundo extraordinario aparece en pantalla acompañado de publicidad comercial y de mujeres hermosas. El sésamo ábrete puede ser el buscador Google, empresa prodigiosa que crea diseños con pie forzado a la velocidad del relámpago.
La red de Internet es la tentación superlativa. Archivo, Biblia, santuario, burdel, supermercado, depósito del conocimiento de todas las épocas.
Se nos presenta revestida del prestigio científico de la electrónica unido a la exactitud de la lógica matemática. Ese poder de seducción encubre pobreza de conceptos, superficialidad de pensamiento, fragmentación o incompletitud de los conocimientos. Ya hay personas que no leen libros de papel; leen trozos de textos en un monitor. Todos han de ser cortos, resumidos, en abreviatura. Consumen tabletas con pequeñas dosis de sabiduría.
Algo así como el agua de Colonia del conocimiento. Nunca el aceite esencial.
Molina enfrenta la opinión según la cual no debemos llorar por la muerte de la lectura pues estuvo siempre sobrevalorada.
Lo mismo que las grandes obras de los clásicos de la literatura.
Esos escritores, dotados de una genialidad insultante y antidemocrática: Homero, Platón, Aristóteles, Cervantes, Shakespeare, no tendrían que continuar en sus puestos de semidioses de la cultura. ¿Para qué necesitamos tanta profundidad intelectual?