A PLENO PULMÓN
Disfraces peligrosos

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La captura y muerte de Muammar Gadafi, gobernante libio durante cuarenta años, ha sido tratada periodísticamente como “el suceso espectacular de la semana”; también como “dolorosa lección de política internacional”.  Para algunos, Gadafi fue “líder indiscutido de las tribus libias”; para otros, “vulgar terrorista y delator”; hay quienes consideran a Gadafi un “dirigente iluminado”.  Ayer, el Presidente venezolano Hugo Chávez lo calificó: “un mártir de nuestro tiempo”.  En el mundo magrebí se le dice “cruel dictador absoluto” o “reformador y patriarca” de su pueblo.  Ambas cosas con absoluta convicción.  Actualmente Libia está sumida en la violencia y el desorden.

 En el curso de su prolongado liderazgo Gadafi cambió de “pelaje” político e ideológico varias veces: con respecto de los países socialistas; en lo referente a los movimientos fundamentalistas musulmanes; en sus relaciones con las grandes potencias occidentales.  Gobernante muy dado a la “espectacularidad publicitaria”, montaba su tienda de beduino todopoderoso en el Central Park de New York.  Sirvió, “oportunísticamente”, a unos y a otros.  Ahora está muerto, víctima de “unos y otros”; de sus connacionales y de los antiguos socios extranjeros.

 Y este es el punto principal que deseo subrayar.  Hay políticos que pretenden “jugar todas las bases” o, si se quiere, “apostar a todos los números”.  Gadafi forma parte de una larguísima lista de gobernantes que fueron destruidos por los extranjeros a quienes servían.  Ese fue el caso de Saddam Hussein, en  Irak.  Provocó la invasión a su país y terminó ahorcado; también el del general panameño Manuel Antonio Noriega.  Este último fue desalojado del poder por la fuerza en 1989, encarcelado en EUA y extraditado a Francia en 2010.  Se espera que lo envíen a Panamá en 2012.

 Otros gobernantes entran y salen del poder sin causar humillaciones terribles a los pueblos; sin usar disfraces ideológicos, sin asociarse con extranjeros en detrimento de sus  respectivos países.  Gadafi sufrió bombardeos en 1986, durante el gobierno de Ronald Reagan; entonces perdió una hija.  Ahora muere huyendo por un desagüe.  Hay ejemplos honrosos de conducta diferente.  Dos ex-presidentes de Brasil: Fernando Cardoso e Ignacio Lula, no “acomodaron” sus convicciones políticas, no traicionaron a los brasileños con “arreglos extranjeros”.  Ellos abandonaron el poder democráticamente, sin operaciones militares.

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