A pleno pulmón
Disparate y felicidad

A pleno pulmón<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2013/05/D9652139-4F8D-4E73-B175-D799DBC624E8.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=212 data-eio-rheight=390><noscript><img
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No quiero decir que la felicidad “es un disparate”; ni que pretender alcanzar la felicidad sea un propósito disparatado.  Muchas doctrinas filosóficas estiman que la felicidad es el objetivo básico de la vida humana. A veces la “ansiada felicidad” se entiende como bienestar: físico, emocional, económico; en ocasiones placer y felicidad son confundidos en una sola aspiración.  Existe, claro está, el placer sexual, el placer estético, el placer de la obra realizada, el placer del triunfo: profesional,  deportivo, político.  Todos estos asuntos entran en juego en el llamado “eudaimonismo” o doctrina filosófica de la felicidad; siempre conectada con el hedonismo y el utilitarismo.

 El vocablo “eudaimonismo” está compuesto por dos términos de la lengua griega que significan: bueno y divinidad menor.  Siguiendo esta etimología podemos decir que, cuando somos felices, nos asisten dioses menores buenos.  Es posible que sentado en una playa de arenas blancas; bajo una palmera, nos sintamos muy cerca de la felicidad.  Esa sensación de sosiego, de comunión fisiológica con el contorno, de aceptación de nuestras limitaciones, se percibe como  felicidad.  Incluso Epicuro, patriarca del hedonismo clásico, escribió acerca del “placer puro” que se deriva del “cultivo del espíritu y de la práctica de la virtud”.  El paisaje, los colores, los amigos y familiares, puede “engendrar” felicidad.

 Pero los motivos para ser feliz pueden ser disparatados, aunque la felicidad misma no sea disparate.  Es, ciertamente, una bendición, que nos den ganas de cantar, de repetir estribillos sin sentido, como “fuiquitifuacata” o “bururú barará”.  Es frecuente que a los sujetos satisfechos, aparentemente felices, les de con tararear o usar las mesas como si fueran instrumentos de percusión.  También hablan disparates: “sólo falta que me caiga el premio gordo de la lotería  navideña; brinden todos, yo pagaré el vino”.

 La creatividad satisfecha de un artesano, o de un escritor, puede desencadenar “procesos felicitarios”.  ¿Qué les ha ocurrido en el sistema linfático, en el equilibrio ácido-básico?  Los periodistas y escritores escriben todos los días; los artesanos trabajan continuamente en las tareas propias de sus oficios.  Nada extraordinario ha sucedido; no obstante, están felices.  Tal vez a causa de “boberías” o  detalles que solamente ellos valoran.  La felicidad es maravillosa; a menudo descansa en un disparate.

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