A PLENO PULMÓN
Edad de las miradas

A PLENO PULMÓN<BR>Edad de las miradas

Las polémicas entre viejos y jóvenes siempre las ganan los jóvenes.  Los viejos pueden muy bien “controlar el senado”, como corresponde a sus avanzadas edades, “al orden establecido”, a la costumbre.   Pero no consiguen controlar la calle.  Las masas-trabajadoras y estudiantiles- no están compuestas por viejos.  Las personas “en edad de trabajar y estudiar”, son jóvenes.  Además, los muchachos despiertan simpatías y admiración: son fuertes, hermosos, persiguen con rapidez los balones, corren, batean, nadan; sus padres los adoran; representan, en todas las épocas “el futuro de las naciones”.  No hay quien pueda “apagar” la música de los jóvenes; ni siquiera bajar el volumen de sus bocinas.

 Los viejos deben conformarse con rumiar su inconformidad, criticar por lo bajo: “estos muchachos no tienen arreglo”. Todos repiten machaconamente: cuando yo tenía la edad de ellos estas cosas no ocurrían.  Son unos desfachatados; no respetan ninguna regla.  A pesar de los resabios, los viejos entran en retiro y los jóvenes salen al ruedo.  Es una batalla perdida.  Los jóvenes imponen su estilo en las modas de vestir, en la manera de expresar disgusto o aprobación.  Los comerciantes hacen sus planes de negocios contando con la demanda de los jóvenes. ¿Quién va a vender cosas que no se usan? Leontinas, relojes de bolsillo, son verdaderas piezas de museo.

 Los viejos se refugian en las barras de los restaurantes, en los salones de los clubes, en bancos y glorietas de los parques, según sean sus posibilidades económicas.  En compañía de otros viejos, “elaboran” el discurso de sobrevivencia propio de un ejército renco en retirada.  -¿Haz visto como ese jovencito se reía de tus zapatos con “piso de goma”? –Ese mocoso no conoce la comodidad de esta clase de zapatos, ni sabe de las ventajas que reportan para la columna vertebral.

 -Estos muchachos están listos para burlarse de los otros; pero no reparan en las bellezas que les rodean.  No miran los árboles verdes, las flores amarillas de los cigarrones de nuestro parque; hasta la corteza rugosa de aquel tronco de caobo es un prodigio de la naturaleza, quizás “un regalo de Dios”.  –Es que ahora ellos están interesados en asuntos más importantes.  Cuando tengan nuestra edad mirarán ese árbol renegrido.

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