A PLENO PULMÓN
Educación anticuada

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Educación anticuada

Justo frente a la casa donde vivía Exenta de Temblord, estuvo la “academia” en la que doña Pretexta fue profesora de literatura.  En una esquina céntrica de la ciudad colonial funcionaba entonces la Escuela Anexa a la Normal, un experimento pedagógico de los años cuarenta.  Ese “plantel especial” matriculaba “hembras y varones”.  Los organizadores de la Superintendencia de Enseñanza sostenían que “ambos sexos” deben entrar en relación “desde la más tierna infancia”, a fin de “superar” los prejuicios inmemoriales que inhiben el trato entre hombres y mujeres.   La “escuela mixta” curaría “deficiencias de conducta” que entorpecen la convivencia de machos y hembras.

No es cierto, declaraban los partidarios de la nueva escuela, que los varones maltratarían a las muchachas y las arrastrarían por los cabellos “a la hora del recreo”, como hacían “los hombres de las cavernas”. Tampoco “había que temer” que las hembras fueran violadas por los varones.   Las “escuelas mixtas”, desde luego, no se establecerían en todo el país hasta ver los resultados obtenidos en un “septenio”.  Después, podrían implantarse “con carácter general”.  Las maestras, directoras e inspectoras, eran personas notables, entregadas por entero a las tareas didácticas.

La hermana mayor de Pretexta era una de las maestras del “plantel modelo”.  Su casa estaba a la distancia de dos cuadras.   Ella pasaba todos los días por la acera opuesta a la de la escuela.  Yo cruzaba la calle “para leer una inscripción de mármol” que aparecía “encima de la cabeza” de Pretexta: “En esta casa vivió y floreció Salomé Ureña de Henríquez, poetisa nacional”, creadora del Instituto de Señoritas.  Pretexta admiraba su trabajo cívico, sus versos “bien construidos”, su fe en el progreso de los pueblos.

Un día, Pretexta me vio sentado leyendo en el zaguán del consultorio de un médico dominicano “de la facultad de Hamburgo”.  -¿Estás enfermo? preguntó. ¿Qué libro es ese?  -Angel Pitou, de Alejandro Dumas.   –Cuando lo hayas terminado escríbeme una carta con tus “impresiones”; la puedes deslizar debajo de mi puerta.  Cuarenta años más tarde, en una tienda de relojes, volví a ver a Pretexta, hermosa mujer madura, vestida con traje color verde botella de cerveza.   –Todavía, estoy esperando la carta, dijo.  ¿Aun no has aprendido a escribir?

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