A PLENO PULMÓN
El  alcalde Lebranche

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>El  alcalde Lebranche

De aquel hombre se decía que “ponía a reguilar un huevo por las dos puntas”.  Por “la punta roma y por la punta aguda”, completaban quienes escuchaban esa sentencia misteriosa.  El individuo era tan hábil que podía tratar con la extrema izquierda y con la extrema derecha; ambos grupos quedaban conformes con sus “iniciativas” y hasta las aplaudían calurosamente.  El huevo “bailaba” por cualquiera de los dos lados y en ningún caso se rompía el cascarón.  En verdad, era un hombre excepcionalmente sagaz.  Por ser tan escurridizo en su pueblo le llamaban “el palo ensebao”.  No había forma de hacerlo caer en trampas o ardides políticas.

 No tenía necesidad de dormir “con un ojo abierto y otro cerrado”, como ocurre con las personas que mantienen relaciones peligrosas e inestables; los vecinos velaban por su sueño; unos le agradecían la expedición del pasaporte; otros la legalización del acta de nacimiento; las mujeres de los parajes cercanos parían en los hospitales por “recomendación especial” del alcalde más poderoso de la región.  También solía ser padrino en los bautizos de los hijos de esas pobres mujeres.  “Es un hombre muy querido en toda la provincia”, afirmaban rotundamente los jerarcas de su partido en la capital del país.

 El alcalde Perrucho Lebranche bebía los viernes y jugaba gallos los domingos; el sábado dormía la borrachera del viernes.  Durante esos días no concedía favores, ni recibía visitas.  Su mujer preparaba, “para su despertar del sábado en la tarde”, suculentos locrios de arenques, sancochos de tres carnes, frituras de varios tipos.  Invitaba a sus parientes y a los del marido a celebrar “la resurrección del alcalde”.  A veces hacía estallar cohetes chinos.  En estos casos la mujer de Perrucho gastaba un poco más porque mientras el alcalde dormía ella sacaba dinero de sus bolsillos.

 A Lebranche le llamaban Perrucho por su amor a los perros realengos.  El “sábado de resurrección” el patio de la casa se llenaba de perros.  El alcalde disfrutaba mucho mirando los perros luchar por un hueso de gallina o un pellejo de puerco.  Perrucho Lebranche sonreía satisfecho al ver correr tantos perros flacos.  Se sentía feliz rodeado de gentes que le agasajaban: ¡Perrucho, tu derramas la abundancia!

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