Cierto profeta de cafetería, que ha sido mi amigo durante más de cincuenta años, dice que llegará el día en que los dominicanos se cansarán de vivir en medio de este desorden político, económico, legal, administrativo. Asistimos juntos a la escuela primaria y por eso me habla con entera confianza y libertad. Sabe que estoy acostumbrado a oír de su boca opiniones tajantes, conservadoras y radicales, expresadas con el mayor desparpajo, sin que eso mengüe el vigor de nuestra amistad. Cuando una oficina pública funciona bien, a la gente le gusta. La Dirección General de Pasaportes ofrece un servicio eficiente; la renovación de los marbetes de las placas está bien organizada.
¿Te parece que los dominicanos ya disfrutan menos con el desorden habitual? Sí, lo creo; para entrar y salir de un mall es obligatorio seguir las flechas que señalan el sentido del tránsito. Para comprar comida rápida es necesario ponerse en fila, pagar previamente, presentar tarjetas de crédito. Finalmente, hay que llevar los restos de la comida y los envases desechables al zafacón. Todos los pueblos del mundo aprenden estos elementales ritos democráticos de consumo; unos primero, otros después. A medida que adoptamos costumbres extranjeras vamos abandonando las malas mañas de concho-primo. Si el país está lleno de vehículos, terminaremos valorando mejor el trasporte colectivo.
El semáforo y el policía de tránsito tendrán que ser aceptados por toda la sociedad. De lo contrario no llegaremos a tiempo a ningún trabajo, funeral, cita con médicos. El crecimiento de la población, la magnitud de los problemas, nos empujan inexorablemente a la organización y al rigor en los procedimientos. Los condominios, las escuelas, los supermercados, los bancos, centros comerciales, son lugares que irradian disciplina y organización sobre la comunidad. Vivir en una torre de muchos pisos es también una experiencia educativa.
¿Crees que esa evolución alcanzará algún día a los partidos políticos y al grueso de sus dirigentes? Tal vez sea un desarrollo lento pero no hay más camino que ése. Si no queremos comernos los unos a los otros y empobrecernos con cada campaña electoral, habrá que promover la transformación de las organizaciones políticas. Tal vez haya que practicar más el olvidado arte del abucheo político.