A PLENO PULMÓN
El buzón suprimido

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>El buzón suprimido

El alcalde de la ciudad de Santo Domingo celebró un acto ceremonial que pasó desapercibido para la mayor parte de la población. Una comitiva del cabildo capitaleño se presentó frente a un viejo buzón, en la calle Mercedes esquina José Reyes, y procedió a declararlo “patrimonio público de comienzos del siglo XX”.  Los periódicos no cubrieron un suceso al que acudieron pocas personas de la ciudad colonial.  “Este buzón metálico antiguo – dijo un  munícipe que acompañaba al alcalde – será puesto fuera de servicio para conservar su presencia histórica en el paisaje tradicional de nuestra ciudad”.

Un obrero del Ayuntamiento, con casco y soplete de acetileno, se acercó al buzón y colocó sobre el candado una costra de soldadura de hierro.  “No será clausurada la boca del buzón – continuó el regidor–,  pero ninguna carta que sea introducida por el tragante llegará a su destino, ya que no se abrirá más; sin embargo, los niños podrán despachar cartas dirigidas a los tres reyes magos, pues ese tipo de correspondencia no se recibe, regularmente, en las oficinas del correo central”.  Un mirón desocupado explicó a otro que el buzón, adosado a la pared de la esquina, quedaba tan alto que poquísimos niños podrían alcanzar la boca. 

A partir de aquel día el buzón estuvo lleno de peticiones, “propuestas”, exposiciones jurídicas, quejas e invectivas de todo tipo, que no llegarían a ninguna parte. Eran escritos redactados por adultos cuya estatura les permitía alcanzar “el tragante”.  El buzón fue pintado con “óxido rojo”, para evitar la corrosión, y después, con pintura color verde esperanza.  Entonces corrió la voz de que “el buzón suprimido” funcionaba como recipiente para desahogar frustraciones de clases empobrecidas y grupos sin trabajo.

Ahora, desde que anochece, hay personas delante del buzón empeñadas en pescar, con ayuda de “chiclets” y perchas de lavandería, algunas cartas de protesta, de denuncia política, anónimos calumniosos o simples manaderos de resentimientos personales.  Alrededor de este inesperado “fenómeno de opinión” investigan sociólogos, encuestadores de firmas extranjeras, escritores, periodistas.  Antropólogos culturales han expresado asombro y perplejidad: un buzón “condenado” recibe más cartas que en “sus buenos tiempos”.  Se teme que la seguridad del Estado intervenga y prohíba los nuevos usos del buzón.

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