A PLENO PULMÓN
El carnicero y la res

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>El carnicero y la res

El hombre de hoy no cree en las explicaciones que oye, en la radio y la TV, en boca de los políticos.  Ha sido engañado una y otra vez por la demagogia, el oportunismo, la desfachatez. Por eso ha desarrollado una actitud de “desconfianza programática”.  El hombre de la ciudad se ha vuelto suspicaz.  Y, por tanto, muy difícil de manejar. 

La creencia generalizada es que las masas, ingenuas e ignorantes, son llevadas y traídas por las trampas de los políticos.  Esa es la “experiencia acumulada”, nos dicen sociólogos y publicistas.  Pero esta situación ha cambiado radicalmente.  Las masas “se dejan conducir” hacia situaciones que les convengan momentáneamente; pero con plena consciencia de lo que persiguen los lideres.

 El público sabe bien qué busca el político cuando afila sus argumentos, como un carnicero el cuchillo frente a una res.  El matarife desuella una vaca con la mayor elegancia; y mientras lo hace da la impresión de que ejerce un “arte escénico”. La sangre no corre, las aponeurosis son separadas limpiamente, el pellejo se va convirtiendo en una futura alfombra.  En la actividad política conviven revueltas las ambiciones de notoriedad con ideologías sociales y negocios personales.  Los intereses de negocios trenzan alianzas o desatan guerras. Suelen disfrazarse con caretas de apariencia altruista: servicio público, mejoras colectivas, justicia social, supresión de abusos.  Todo es humo, tinta de calamar, mamparas de ocultamiento.

Los políticos son capaces de provocar las más terribles encerronas.  Estimulan protestas que terminan en masacres; organizan alzas y bajas en los precios de las mercancías o de las monedas.  Destripan o desuellan a la población con “premeditación y alevosía”.  Poco a poco se ha ido creando entre los políticos y la sociedad una relación parecida a la del carnicero y la res.

 Estos párrafos los he sacado de mi libro “Pecho y espalda”.  Fueron escritos el 6 de abril del año 2003.  En el momento en que fueron publicadas estas notas en aquella columna bi-semanal del “Listín Diario”, mis opiniones resultaron “escandalosas” para algunos, “atrevidas”, según otros.  Leídas ocho años después no sé cómo serían calificadas.  Las reproduzco con la esperanza de que los lectores digan la última palabra acerca de su pertinencia o veracidad.

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