La política dominicana no se resume fácilmente en una descripción concreta. Parece una obra teatral; pero los parlamentos son incoherentes, los actores dicen lo que les da la gana, la escenografía no cambia con cada acto.
También parece un circo: hay payasos, trapecistas, mujeres peludas, perros amaestrados y equilibristas. Pero no es necesario pagar un boleto para entrar en la carpa. Como se dice de ciertas minas, es una explotación a cielo abierto. Podríamos llamarla funambulesca porque los dirigentes políticos realizan acrobacias frente al público; y sus cabriolas son llamativas, exageradas, grotescas, como precisa el diccionario de la Real Academia Española.
Los actos y dichos de los políticos dominicanos han posibilitado un auge nunca visto de la caricatura. Esta explosión del arte caricaturesco ha servido como laxante social; es una alka-seltzer público que quita acidez y presión a la ira popular. Los políticos deben agradecer las burlas de los caricaturistas, pues convierten la indignación en risotadas. Ese desagüe psíquico inhibe o retrasa el impulso hacia la insurrección. Hasta ahora ninguna revolución se ha hecho a carcajadas limpias. Las conmociones sociales tienen rostro adusto; son frutos del rencor, no de la risa. Es probable que muchos militantes de la extrema izquierda consideren la caricatura un arma contrarrevolucionaria.
Pero ante la impotencia de la población para contrarrestar las argucias de los políticos, psiquiatras y psicólogos recomiendan echar un vistazo a las caricaturas antes de leer las noticias. De este modo practicaremos un oportuno acto de higiene mental. Si no podemos hacer nada para mejorar la situación, por lo menos conservaremos salud hasta que vengan mejores tiempos. Los psicólogos actuales validan así una antiquísima sentencia: lo primero es vivir. Los políticos, marrulleramente, ripostan: comer es lo primero.
Entre conflictos económicos y violencia criminal transcurre la vida del ciudadano común en esta isla tropical. Juristas, comunicadores y economistas, emplean los más retorcidos argumentos para explicar o justificar las disposiciones de los políticos. Muchos de estos escritos podrían ser magníficos temas para caricaturas menores de fin de semana. Temo que algún experto pueda sostener que nuestras caricaturas son inconstitucionales. ¿Convendría una consulta al Tribunal Constitucional? ¿Podría añadirse a la última versión de la Carta Sustantiva el Derecho a la risa?