A PLENO PULMÓN
El desencanto activo

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Claro está que también existe lo contrario del “desencanto pasivo”, de esa actitud abúlica, lindante con las enfermedades de la voluntad.  Es perfectamente explicable que quien ha sufrido quemaduras graves no quiera acercarse al fuego; y rechace, de manera automática, todo contacto con los fósforos.  Pero no tardará en descubrir que es imposible vivir sin cocina.  Mal o bien, los pueblos han de ser gobernados; la política, la horrorosa política que produce crisis monetarias, prisiones injustas, represiones y guillotinas, es imprescindible.  En ninguna época de la historia el hombre ha vivido sin gobierno.  Los anarcosindicalistas, los artistas ácratas, andan en busca del cuadrado redondo.

 Algunos hombres, decididos y prácticos, optan por no plantear proyectos “contrarios a la naturaleza humana”.  Entienden que las flaquezas y tentaciones del género humano están documentadas desde los tiempos bíblicos.  El hombre solamente obedece las leyes si un poder coercitivo le obliga a cumplirlas.  La acción  del poder público es inexcusable; y, desde luego, es preferible que “no sea arbitrario”.  Las revoluciones basadas en ideas radicales imponen sus normas por la violencia; el espectro de esa violencia perdura en los ánimos de gobernantes y gobernados durante décadas.   “Dentro de la revolución todo; fuera de la revolución nada”.  Nadie puede salirse del carril.  Difícilmente logran impedir la arbitrariedad en el ejercicio del poder.

 Los cambios económicos  y sociales producidos  por las sucesivas revoluciones tecnológicas operan de otro modo. La máquina de vapor, la energía eléctrica, la exploración espacial, la electrónica, la computación, han transformado el mundo.  La producción industrial, la organización colectiva, los servicios públicos, serían imposibles hoy sin el auxilio de la ciencia aplicada.  La incorporación de las masas al consumo debe más a las técnicas creadas por científicos e inventores  que a las prédicas de los ideólogos políticos. En nuestros días la producción  agrícola, el almacenamiento de comestibles, han pasado a un nuevo orden de magnitud.

La “modernización” de los países pobres consiste en parecerse a los países ricos, con avanzada tecnología y “alto consumo en masa”.  Los dirigentes políticos populistas explotan los deseos de bienestar de “las clases sumidas en la marginalidad social”.  Pero no proponen ni prohíjan los esfuerzos que son necesarios para alcanzar la tan mentada “modernización”.

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