A PLENO PULMÓN
El ornato aguanoso

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>El ornato aguanoso

El escrito de ayer deja en claro que el lenguaje “sin ornato y sin perfume” es propio de dioses o de filósofos engreídos, autosuficientes.  En cambio, un discurso  “difuminado y aguanoso” ha de proceder de políticos o de diplomáticos.  Decir lo menos posible en el mayor tiempo es normal en declaraciones públicas de dirigentes políticos, diplomáticos de organizaciones internacionales.  Una frase escueta, directa y decidora, sólo puede decirla o escribirla un filósofo, algún poeta impráctico y desorientado.  Heráclito, igual que Nietzsche y otros pensadores, optó por el aforismo.  Todas las doctrinas filosóficas terminan resumidas en lemas, sentencias, aforismos relampagueantes.

 Los periódicos de todo el mundo, a la hora de reseñar los discursos políticos, deben organizar cuadros sinópticos, largos entretítulos o una completa “infografía”; con la esperanza de que el lector tenga una “mapa conceptual” de lo que ha dicho el jefe del Estado, el ministro o el alcalde.  Desde luego, esos “árboles explicativos” no siempre son suficientes.  Los columnistas políticos de los diarios deben hacer “glosas completivas” acerca de lo que dijo el personaje en autoridad; y también de lo que omitió, pues tan importante es lo que se proclama como aquello que se calla.  Pero “lo sugerido de soslayo” consiente interpretaciones en forma de tirapiedras, equis o y griega.

Decir mucho en pocas palabras es el propósito de unos; decir casi nada con un montón de frases, es la aspiración de centenares de oradores políticos.  Sé de un viejo político que ordenó a su secretario: hazme un discurso de 30 minutos; es para llevármelo a La Vega el sábado.  –¿Cuál debe ser el tema? preguntó el secretario.  –El que tú quieras, contestó el político; me han pedido que no hable más de media hora para no demorar el brindis, ni la cena.

En política los gestos y el escenario son más importantes que los conceptos.  Un puño levantado, un grito en el momento oportuno, pueden provocar grandes entusiasmos en las multitudes.  Raperos, cantantes “pops”, saben de sobra que existen ruidos contagiosos que se transmiten como una onda.  Fidel Castro, un gobernante con cincuenta años en el poder, pronuncia discursos de cinco horas.  ¡Patria o muerte! ¡Venceremos! Es indudable que él es político, no filósofo.

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