Varios artículos de esta columna los hemos dedicado al controversial tema de la dictadura de Trujillo. Unas veces para señalar la necesidad de digerir a Trujillo, esto es, de comprender cuales fueron los antecedentes históricos de su gobierno: guerras intestinas, caudillismo, desorden administrativo, intervención militar extranjera, ruralismo general. Trujillo llegó a mandar el único cuerpo armado que había en el país a la salida de las tropas norteamericanas en 1924. Él continuó el trabajo sanitario, policial, de organización aduanal, iniciado por los interventores. Otros artículos ofrecían simples datos sobre el crecimiento de la población.
Para cobrar la deuda externa los norteamericanos perfeccionaron procedimientos impositivos, establecieron nuevos formularios, métodos eficaces de registro contable, controles de caja. La humillante intervención militar de los yanquis trajo como consecuencia muchas mejoras en la Receptoría General de Aduanas. El dinero recibido por dicha receptoría servía, en primer lugar, para que cobraran los extranjeros; después, para que el gobierno dominicano dispusiera de lo restante. Los americanos realizaron campañas sanitarias contra el paludismo, la tuberculosis. Ellos establecieron el sistema Torrens de titulación de tierras.
Trujillo fue heredero y beneficiario político de esas conquistas administrativas. Una vez terminada la intervención, nuestro patriotismo lastimado atribuyó a Trujillo lo que no deseábamos reconocer al invasor. A algunas personas mayores le disgusta pensar en estas cosas. Los jóvenes de hoy no conciben que las letrinas dominicanas, durante la Primera Guerra Mundial, necesitaran tratamientos con cal viva. Esta forma de saneamiento ambiental fue practicada por los norteamericanos. Los vínculos de Trujillo no eran, principalmente, con el State-Department sino con el US Marine Corps, nombre que se dio a la avenida del puerto de Santo Domingo. Muchos son los retorcimientos psíquicos que desplegamos para embellecer a la bestia.
Al conocerse el domingo pasado la noticia del suicidio de León Estévez, se ha puesto sobre el tapete el carácter brutal de la tiranía de Trujillo. Montones de jovencitos han llegado a creer que los enemigos del régimen trujillista, los llamados desafectos, eran individuos excéntricos, reacios a reconocer las virtudes cívicas del generalísimo. A los cincuenta años de su muerte, es de esperar que otros ex-confinados en cámaras de tortura sigan el ejemplo de Sina Cabral: contar la terrible experiencia.