A PLENO PULMÓN
El Sinvergüenzariato

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Es una constante universal la lluvia de elogios que reciben los gobernantes en ejercicio; también las rechiflas que sufren al abandonar el poder son “de uso generalizado”.

Dejemos a un lado las extravagancias de emperadores romanos,  de monarcas absolutos, quienes pretendían competir con los dioses; limitémonos al mundo de gobernantes contemporáneos recientes, de hombres que nunca han visitado el Olimpo.

Los elogios que inventan los partidarios de un líder político deberían ser “catalogados”; con ayuda de los nuevos ordenadores podríamos clasificar los diversos matices de la adulación; al mismo tiempo, mediríamos la vanidad o la locura de los dirigentes políticos.

 Las loas y ditirambos que “consumen” los dictadores merecen un estudio detallado por parte de psicólogos, historiadores, sociógrafos. Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, recibieron todos los honores imaginables.

Sus seguidores les dedicaron cartillas cívicas, retratos heroicos, historias épicas. El incienso esparcido alrededor de los tiranos produce un efecto hipnótico, parecido al del humo en los escenarios de espectáculos  populares.

Es una niebla que oscurece la visión de la realidad y crea una nueva imagen escurridiza para sustituirla provisionalmente. Trujillo fue  rotulado: “Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva”; permitía que a su madre la llamaran “la excelsa matrona”

 Se ha repetido mucho: “el poder corrompe; y el poder total corrompe   totalmente”. Esta frase, atribuida a Lord Acton, tiene asideros históricos, sociales, psicológicos. Pero está pensada desde la personalidad del hombre con “exceso de poder”.

Un gobernante aplaudido en todas partes, recibido con trompetas y tambores, objeto diario de actos ceremoniales de respeto, puede llegar a creer que se ha salido de la naturaleza y entrado en un género próximo a la divinidad.

 Pero el “Sinvergüenzariato” se constituye a partir de individuos  que no están sometidos a la acción continua de la lisonja. Ellos “inventan en frío” unos artilugios adulatorios para sacar provecho de la megalomanía de los gobernantes.

El Instituto Trujilloniano funcionaba como un centro ideológico para difundir “el pensamiento social y político de Trujillo”. Mientras más lejos de la realidad se remontaban los aduladores, mejor para ellos; era una competencia de subasta pública: ¡quién da más! Las nuevas generaciones – cincuenta años después- se preguntan: ¿Cómo pudo crearse semejante impostura verbal e “iconográfica”.

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