Muchísimos dominicanos pobres no quieren vivir en su país; porque no encuentran trabajo, no tienen seguridad corporal ni jurídica; están convencidos de que no podrán progresar en el lugar donde nacieron. No vacilan en comprar un costosísimo pasaje de yola y atravesar el Canal de la Mona. Se arriesgan a morir ahogados o entre los dientes de los tiburones. Los viajes ilegales no paran; representan la continuidad de la desesperación. No les intimida la guardia costera, los agentes de migración o la posibilidad de perder el dinero del pasaje al ser repatriados.
Hay dominicanos ricos que detestan el desorden reinante en todo el territorio nacional: en el tránsito de vehículos, en la administración pública, en el aparato judicial, en la forma aceptada de hacer política. Pero no emigran; prefieren comprar una casa en Miami o en La Romana. Optan por refugiarse en lugares donde no ocurran apagones y la delincuencia esté controlada. No se van porque tienen intereses, negocios, propiedades, hijos bien establecidos. Miami, La Romana, funcionan como si fuesen cascos protectores de astronautas. Crean una atmósfera artificial, agradable, vividera.
Los pobres se lanzan al mar; los ricos compran trajes de buzo. Ambos grupos están inconformes con la vida que llevan en la República Dominicana. Claro está, los pobres no tienen alternativa; la desesperación económica les empuja a cualquier aventura. Los ricos pueden fabricar una escafandra protectora que les aísle de su propia sociedad. Muchos de ellos saben que se trata de un escamoteo provisional. Los problemas sociales no desaparecen mediante recursos escapistas.
Pobres y ricos transitan dos caminos distintos a causa de idénticos motivos. La clase media, hasta ahora, se ha limitado a rumiar disgustos, a expresar avinagradas criticas; no se atreve a quemar las naves, como los pobres; y no tiene dinero para adquirir caparazones inmobiliarios en La Florida. Este grupo social está obligado a carabina por su educación y por su economía. Debe tragar en seco, sin irse, sin coraza que lo libre de mal. Por eso muchos miembros de esta clase llamada un cuarto- deciden meterse en el juego, adaptarse al desorden y a la inmoralidad para sobrevivir. El tercer camino inédito aun- consiste en embestir contra la desastrosa política tradicional.