A PLENO PULMÓN
Elixir de vida y poder

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Elixir de vida y poder

El Presidente egipcio Hosni Mubarak lleva treinta años en el poder; y  afirma que no renunciará; añade que “morirá en tierra de Egipto”.  Esto quiere decir que resistirá todas las presiones populares para que salga del palacio.  Treinta años es un largo tiempo; el lapso en que cualquier niño se vuelve un adulto.  Los jóvenes egipcios han nacido  y vivido “bajo su gobierno”.    Mubarak está mandando desde 1981, ocho días después del asesinato de Anwar el-Sadat.  Se trata de un militar combativo y astuto que, en 1967, ya era jefe de la Fuerza Aérea Egipcia.  Propone únicamente “no presentarse en las próximas elecciones”.

Alcanzó la vicepresidencia de su país en 1975.  Tiene, pues, 35 años sin salir del palacio.  Mubarak nació en 1928.  Egipto es tierra  fronteriza con Libia, y Libia, a su vez, con Túnez, donde acaban de derrocar al Presidente Zine El Abidine Ben Ali.  Este último, nacido en 1926,  se mantuvo en el poder por 23 años.  Trujillo gobernó la RD durante 31 años.  Fidel Castro cumplió ya medio siglo en el poder.  Felipe II, el monarca español constructor del El Escorial, gobernó durante 42 años.   Los dictadores actuales  -revolucionarios o no- pueden competir con un Austria en eso de “quien dura más”.

Mubarak y Ben Ali han reprimido sin misericordia a sus compatriotas.  La represión de Felipe II en Flandes todavía se recuerda.  Sobre este asunto viene al caso una cita de Elías Canetti que aparece en “Política para Amador”, de Fernando Savater.  “De los esfuerzos de unos cuantos por apartar de si la muerte ha surgido la monstruosa estructura del poder.  Para que un sólo individuo siguiera viviendo se exigieron infinidad de muertes.  La confusión que de ello surgió  se llama Historia”.

 La cita, extraída de “La provincia del hombre”, concluye con “el derecho de cada hombre a seguir viviendo”, aun  a costa de enfrentar a los tiranos.  Esto reza de igual modo para Hitler o Stalin que para Somoza y Trujillo.  La conducta de los hombres de poder es perfectamente predecible: universal y provinciana, global y local.  Todos quieren vivir para siempre, gobernar eternamente.  Ningún “elixir de la vida” o del poder libra a los déspotas de la putrefacción.

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