A PLENO PULMÓN
Elogio del empecinado

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Se dice que “la fe mueve montañas”.  Esta afirmación “voluntarista” irrita  a los geólogos, pues para ellos sólo una catástrofe cósmica podría cambiar de sitio “la corteza terrestre”.  Pero es indudable que la fe sí puede movernos a nosotros mismos; nos da fuerzas para cumplir tareas que, sin tenerla, no seriamos capaces de realizar.  Alrededor de la fe los teólogos han compuesto numerosos discursos y empleado aguzados argumentos.  Los “descreídos” han hecho  otro tanto; unos y otros permanecen “en sus trece”, como dirían los judíos.  Quien tiene fe, la tiene y se acabó, no sabe explicar por qué la tiene; ni de dónde sale; ni cómo impulsa los proyectos de su vida.

Quien carece de fe no logra entender la conducta “insensata” de quien la tiene.  Ambos grupos son modelos, de carne y hueso, comparables al teorema de las líneas paralelas en la vieja geometría.  La fe religiosa es “la zapata” o apoyo fundacional de otras formas de fe.  Por los caminos de la geometría clásica, y de la fe religiosa, iríamos a parar a los intrincados problemas de “lo real y lo ideal”.  Quedémonos solamente en “la fe voluntarista” de los empecinados en llevar a cabo sus ambiciones, planes, deseos.

En tiempos de Fernando VII de España, hubo un guerrillero independentista, Juan Martín Diez, apodado “el empecinado”.  En el lugar de Valladolid donde nació este hombre hay un arroyo en el cual abunda un lodo negro que llaman pecina.  De ahí procede la palabra “empecinado”.  En la lengua española “empecinado” es sinónimo de obstinado en alcanzar sus fines.  “El empecinado” aparece en una novela de Pérez Galdós; también fue tema central de un libro de Federico Hardman, traducido por Gregorio Marañón, publicado por Espasa Calpe en 1973.

Poniendo a un lado la vida concreta de Juan Martín Diez, digamos: para sobrevivir hoy en RD hay que ser un empecinado “de marca mayor”.  Personas que intentan instalar negocios o poner en práctica proyectos útiles para toda la sociedad, encuentran grandes obstáculos para convertirlos en realidades.   Convendría fundar una “escuela superior de empecinamiento”, de renovación de la fe en nosotros mismos, para superar escollos políticos, económicos, sociales.  Afortunadamente, los empecinados van “endureciendo” con sus propias luchas.

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