A PLENO PULMÓN
Emisora del destino

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Al detener mi vehículo frente a la iglesia evangélica miré hacia la torre del reloj.  – No pierda tiempo, señor; ese reloj no da la hora hace muchos años.  Era una amigable voz desconocida; cerré el carro y, al subir a la acera, pregunte: ¿Quién es usted? – Soy “El portugués”, no se alarme; también me dicen “el profeta portugués”.  – ¿Pertenece a alguna secta religiosa?  – No, nada de eso; soy un hombre común que mira a su alrededor; pronostico a base de lo que veo todos los días.   Ando con esta radio portátil y oigo lo que dice la gente.  Eso es todo; no hay ningún misterio. 

– ¿Qué pasa con el reloj?  – No funciona; aquí ningún reloj público da la hora.  El reloj del Palacio del Ayuntamiento tampoco sirve.  El único reloj público que sigue trabajando es el reloj del sol que instaló el gobernador colonial Rubio y Peñaranda.  El problema es que la gente ya no sabe leer sombras de agujas fijas.  Examiné al tipo: narizón, de piel rojiza, cara angulosa, labios gruesos; su amable media sonrisa dejaba ver que le faltaban varios dientes.  Desde la calzada, leí: “Casa de las Academias”.  – Ahí trabajan dos academias, dijo el portugués, la de la lengua, la de la historia.  – Sí, estoy enterado; esta fue la casa del Presidente Ulises Heureaux.

– Los académicos dominicanos viven como Jonás en el estómago del pez; metidos en la casa de un gobernante despótico.  ¿Será una “marca del destino”?  – Usted dijo que no es un religioso militante; pero habla de Jonás y del destino.  – La “emisora del destino”  tenemos que sintonizarla cada día; esa radio-emisora del destino transmite en la misma frecuencia que los “sujetos del destino”.  Fabricamos nuestro propio destino poco a poco.  El “don de la profecía” se parece al diagnóstico en mecánica automotriz.  Los mecánicos experimentados saben cuando un pistón está a punto de reventar.

– Portugués, le agradezco muchos sus informaciones sobre los relojes, las academias, el destino de “los hombres y los pueblos”; pero dígame que sabe usted acerca del buzón suprimido al pie de la cuesta.     – Creo que un día la policía colocará una granada encima del buzón.  Si no existiera el buzón nadie podría echar las cartas.

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