Mucha gente se queja de que docenas de empresas, comerciales y de servicios, hacen maravillas para cobrar recargos, penalidades, tasas por mora, reinstalación, gastos especiales, reconexión, renovación o reconducción de contratos. Para lograr que unos miles de clientes paguen estas sumas se valen de distintos ardides procedimentales. No enviar a tiempo la factura es el más socorrido. Así es fácil que el usuario olvide la fecha de vencimiento del servicio, suministro, atención, de que se trate. Pagar durante el fin de semana podría acarrear un costo extra si el pago se registra el lunes.
Los intereses por mora pueden llegar a ser sumas considerables si son aplicados, simultáneamente, a los clientes que pagan con regularidad sus obligaciones. Ser buen pagador tiene, en esta época, algunos inconvenientes. El computador ofrece la posibilidad de componer una lista, por orden alfabético o de vencimientos, de los clientes que han pagado sus cuentas a tiempo durante 15, 10, 5 años. Esos pagarán por costumbre, por vergüenza, para mantener el récord de crédito. Las empresas, por tanto, cobrarán muchísimo dinero sin haber invertido nada, ni haber ofrecido un nuevo producto, ni prestado servicio alguno. El computador también puede repetir, por equivocación, un cargo más de dos veces.
Haga el lector un hipotético ejercicio: sumar el costo de estas pequeñas trampitas, digitales o administrativas, sea al mes o por año. La energía eléctrica, el agua, la basura, el servicio de TV cable, el teléfono, las tarjetas de crédito, las igualas de fumigación, de mantenimiento de equipos; cada uno de estos renglones podría parir, repentinamente, un incremento inesperado por el usuario.
¿Qué podemos hacer? ¿Reclamar, quejarse, protestar? ¿Revisar cada estado de cuenta cuidadosamente? ¿Ir cada mes a la oficina correspondiente a solicitar información escrita? La mayor parte de los usuarios no dispone de tiempo suficiente para dedicarlo a minucias de este tipo. El valor total de estas exacciones regulares tal vez sea menor que los efectos insalubres de la mala sangre que experimentamos. Contando con esa manera resignada de ver las cosas, el desplumamiento sigue adelante. Colocamos en un platillo de la balanza el dinero; en otro, el disgusto que produce ser esquilmados; optamos por seguir pagando para evitar severos trastornos cardio-vasculares.