A PLENO PULMÓN
Ermitaño  provisional

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Ermitaño  provisional

La reclusión en un monasterio fue en la Edad Media una manera de salirse “de las cosas de este mundo”, de apartarse “de los negocios de los hombres”.  Los que hacían esto eran, principalmente, individuos movidos por una fuerte vocación religiosa.  Los antiguos conventos fueron centros de estudio, lugares donde se conservaron y tradujeron documentos valiosísimos de las culturas tradicionales; sirvieron de refugio a monjes estudiosos de la literatura griega, árabe o latina.  En nuestra época, es imposible aislarse en ningún lugar.  A todas partes llegan las noticias de lo que ocurre en África, Asia, Europa.  Los trastornos económicos, conflictos sociales o políticos, nos llegan a través de TV, radio, “Internet”.  No hay modo de escapar de “las cosas de este mundo”.

 Hoy es muy difícil separar el ocio del negocio.  Por eso muchos empresarios siguen trabajando mientras juegan “golf” o beben “martinis” en el “Country Club”.  Tampoco los estudiosos pueden huir del “mundanal ruido”, como fray Luis de León; deben leer en el tranvía y meditar mientras compran provisiones en los supermercados.  Los religiosos mismos están obligados a mantener proximidad con las llamadas fuentes del pecado: “mundo, demonio y carne”.  El trabajo pastoral de muchos sacerdotes de hoy tiene lugar entre prostitutas, narcotraficantes, sicarios, ex-convictos repatriados.  Siempre ha sido entre pecadores, pero ahora se trata de pecadores “de grandes ligas”.

 He visto la fotografía de un monasterio, en Grecia, construido en el borde de una montaña.  Se dice que en aquel lugar solitario habitaron algunos santos en tiempos remotos.  Encontraron allí la paz del ánimo “adecuada para la meditación”.  Estos anacoretas tuvieron más suerte que los pobres escritores contemporáneos.  He sabido de algunos poetas que escriben sus versos al lado de ruidosas discotecas, que residen en barrios donde no hay “seguridad ciudadana”.

 Es explicable que, alguna vez, los hombres sometidos al esfuerzo continuo de sobrevivir en medio de tantos asedios, sientan el deseo de hacerse ermitaños.  No creo que haga ningún daño a la salud física o mental pasar una temporada “en retiro” voluntario. Da lo mismo que sea en un monasterio o en una rústica cabaña en lo alto de una loma.  Es fatigante percibir a toda hora el ruido de las calles.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas