A PLENO PULMÓN
Espejo  retrovisor

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Espejo  retrovisor

No se trata de un anticipo de “Memorias” impulsado por “el paso de los años”. Nada de eso; en esto no entra la “moribundia” de Ramón Gómez de la Serna. Más bien es un exceso de vida que requiere inspección y comentario.  Hay un momento de la existencia de las personas en que descubren aterradas que “están solas”.  La familia, los amigos, no son suficientes para conjurar esa soledad radical.  Rainer María Rilke, el gran poeta checo, escribió en la Primera Elegía Duinesa: “¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros de los ángeles?”  No podemos recurrir ni a los hombres ni a los ángeles.

 Lo primero es la desaparición paulatina de los amigos de la infancia, de los compañeros de la escuela.  Eran mortales desde niños pero no lo sabíamos.  El fallecimiento inesperado nos hace comprender que nada es permanente.  Rilke dice en su famosa Elegía: “Al fin los muertos prematuros ya no nos necesitan.  Se desacostumbra uno a lo terrestre, suavemente, como de los dulces pechos de la madre”. También debemos acostumbrarnos a ver que los malvados cosechen los beneficios de la infamia.  A veces, al mirar un paisaje hermoso, los hombres viejos piensan: ¿Por cuánto tiempo podré seguir mirando estos colores maravillosos?

 El laureado poeta mexicano José Emilio Pacheco sentenció: “El único destino es seguir navegando/ en paz y en calma/ hacia el siguiente naufragio”.  Este notable hombre de letras modificó la palabra “emperador” para aplicarla a los políticos que controlan la vida de nuestros pueblos; los llamó “empeoradores”.  Los poetas pueden ver cosas que no perciben filósofos, ni sociólogos, ni economistas.  Las visiones artísticas nos revelan cuadros articulados de la integridad de la vida.

 Entre cuchilladas y mordiscos transcurre la existencia de hombres y mujeres… que compiten por sobrevivir. Cada día trae su lastimadura, cada noticia una decepción.  A los grandes delincuentes se les disminuyen las penas o se les permite escapar de las prisiones. El “survival knife” que llevaban los soldados norteamericanos en Vietnam es ahora la habilidad para mentir e intrigar.  Necesitamos un narrador que mire el mundo con ojos infantiles; que desde la madurez enfoque el espejo retrovisor y nos ofrezca las versiones del niño y del anciano.

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