El pueblo dominicano acudió a las urnas electorales; a pesar de las lluvias caídas y los pronósticos meteorológicos, la gente se congregó ordenadamente frente a las mesas de votación. No es nada nuevo; los dominicanos se han acostumbrado a elegir gobernantes por medios democráticos; no a través de pronunciamientos o asonadas militares. Tanto hombres como mujeres permanecieron tranquilos, sin hacer proselitismo a boca de urnas. Paraguas y capas de agua plásticas, de todos los colores, se veían en los recintos electorales. Tal vez la humedad haya amortiguado los odios y restaurado la cortesía y buenos modales. La cortesía que faltó en los dirigentes políticos durante la pasada campaña.
La población es plenamente consciente de las sinvergüencerías de los políticos de los tres grandes partidos y de algunos de los pequeños. No se hace ilusiones acerca de la conducta de los profesionales de la politiquería. Después de tantos torneos electorales tormentosos, hemos aprendido algunas lecciones cívicas. Ya hemos sufrido fallos históricos, suspensión de los conteos, militarización de colegios electorales, reducciones del periodo constitucional. Estos sucesos desafortunados han actuado a manera de entrenamiento político de campo. La experiencia es madre del conocimiento y abuela de la previsión. Quizás estas sean las causas profundas de la normalización de los últimos procesos electorales.
Al momento de escribir estas notas no sabemos nada acerca del curso de los cómputos. En los días previos a la campaña electoral, el nombramiento de los técnicos de computación de la JCE fue tema controversial. En casi todas las elecciones anteriores hemos padecido lentitud en dar a conocer los resultados del escrutinio de votos. También fueron frecuentes las disputas sobre la transmisión de actas de votación.
Ese aprendizaje requirió algunos sacudimientos inolvidables: muerte de Trujillo, 1961; ascenso al poder de Juan Bosch, 1962; golpe de Estado para derrocarlo, 1963; guerra de Abril e intervención militar norteamericana, 1965. De 1966 a 1978 gobierna Joaquín Balaguer; a quien sucede Antonio Guzmán, fallecido trágicamente. La desaparición de nuestros grandes líderes contemporáneos: Balaguer, Bosch, Peña Gómez, es otro paso del tránsito hacia la madurez política. Ahora podemos postular candidatos que no son caudillos carismáticos en sus respectivos partidos. Ese es otro adelanto colectivo. Ojalá podamos consolidar tan laboriosas conquistas.