A PLENO PULMÓN
Estrujar al lector (2)

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Un escrito “retórico” nunca logra “sacudir” al lector porque no es capaz de transferir el encontronazo vital con la realidad.  Los escritos retóricos, insinceros o inesenciales, generalmente están llenos de adjetivos y galanuras verbales.  Sin embargo, no son buenos conductores de la “corriente eléctrica” que hace la comunicación entre los hombres que escriben y los que leen.  La “descarga”, emotiva e intelectual, no tiene lugar por la falta de substantivos.  Esta es la primera cuestión que debemos examinar cuando tratamos de “desentrañar” un texto y no avanzamos en la lectura: ¿Está compuesto por adjetivos o por substantivos?  ¿Toca la tierra o anda por las ramas?

Eso, en lo que atañe al asunto, al tema, al objeto del escrito, a su importancia real y colectiva.  En lo que concierne al autor del escrito, es imprescindible que haya “pensado” en los temas antes de sentarse a escribir acerca de ellos.  Y es necesario que los haya “sentido” como propios, o sea, suyos emocionalmente.  Solo así podrá transmitir a la vez lo objetivo y lo subjetivo, lo de afuera y lo de adentro, a un hipotético lector.  

Este lector tiene – igual que el escritor – un adentro; y mil veces se ha visto compelido a afrontar diversas realidades concretas, inaplazables, que afectan su vida de una manera u otra.  En el lector están dadas de antemano las condiciones para la “comunión”  con el escritor.  Pero se requiere que el lector “salga” de la somnolencia a que le empuja la tediosa cotidianidad; que supere la dispersión y la haraganería; en fin, que fije la “atención” en el escrito.  Para dar un pinchazo al lector distraído sirven: el título y el primer párrafo, que son fachada y reclamo para captar su interés.  En realidad, meras técnicas auxiliares de “redacción”. 

 Ciertos pasajes de las obras de algunos escritores podemos leerlos y releerlos; incluso deseamos leerlos a otros, en voz alta, para disfrutar del flujo de las ideas, de la agudeza de las observaciones, de la armonía de los párrafos, de la precisión de los términos empleados. Son textos encantadores a los que volvemos sin esfuerzo y con placer.  (Extraído del Boletín 21 de la Academia Dominicana de la Lengua; diciembre del 2009).

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