A PLENO PULMÓN
Exenta de Temblord

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Exenta de Temblord

La vi bajar de un carro público en la calle Arzobispo Nouel esquina Palo Hincado.  Verla caminar me produjo sorpresa y pesar; no parecía la misma mujer que yo había conocido durante el último año de la tiranía de Trujillo.  Entonces era una jovencita alegre, de ojos chispeantes, que casi bailaba al avanzar por las calles.  Recordaba el ritmo con que el pelo de esa muchacha golpeaba su espalda; tenía la nuca decidida, el pie firme; irradiaba seguridad.  En la escuela proclamaba: “el hombre que se case conmigo se sacará el premio mayor”. 

A cierta distancia de ella, recorrí unas dos cuadras.  ¿Cómo es posible que haya envejecido tanto? ¿Vacila al andar con zapatos planos?  Entró en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.  Poco después entré yo también; permanecí de pie en el pasillo de la entrada porque casi todos los bancos estaban ocupados.  En ese momento el cura explicaba a los presentes las “formaciones de grupo”, previstas para la inminente  procesión del Nazareno.  Al terminar la misa, Exenta pasó delante de mi y se detuvo -¿Usted me ha seguido, hasta aquí? No, doña Exenta, ha sido una casualidad; estacioné mi automóvil frente al Parque Independencia.

Está claro que me ha reconocido, puesto que sabe mi nombre.   –Si, es así; pero no debe decir que yo la seguí, que estoy espiándola. -¿Sabe quién soy?  -Por supuesto, usted es Federico, el jovencito flaco que estaba en la iglesia de Las Mercedes mientras me casaba con Alfred.  Fui a vivir a los EUA.  Ahora soy viuda; mi madre murió hace un año.  Estoy vendiendo la casa nuestra en la ciudad vieja.  -¿Si usted me hubiese visto salir de un taxi en Nueva York, me habría reconocido? –Lo identifiqué enseguida; igual habría hecho en otro país. Su cara no ha cambiado tanto con los años.  –Gracias por su amabilidad.

Celebrada ya la boda con Alfred Temblord, ella no salió del país enseguida.  Algunos jóvenes sufrieron depresiones con ese matrimonio.  Las sucesivas  maternidades embellecieron a Exenta; le hicieron engordar; el vientre cambió su ángulo del pubis y la volvió más atractiva en la madurez que en la juventud. Al envejecer, Exenta comenzó a sufrir temblores en las piernas.

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