Escepticismo es el nombre de una antiquísima filosofía según la cual no podemos estar seguros de ningún conocimiento. Cualquier proposición que se nos presente con la altisonante pretensión de constituir una verdad ha de ser puesta en cuarentena; lo más probable es que sea una afirmación falsa. Tales de Mileto y los primeros filósofos de Jonia practicaron ese extremismo gnoseológico: al formular una tesis, al parecer verdadera, seguían escarbando hasta demostrar que era falsa; nunca quedaban conformes con los resultados de sus indagaciones. Eran escépticos activos que no dejaban de investigar.
Estas preocupaciones acerca de la solidez del pensamiento eran asuntos de minorías. Unos pocos pensadores estrafalarios se dedicaban a rebuscar, en los intersticios del cerebro, las patas que podrían sobrarle a los gatos. Los griegos comunes y corrientes no se ocupaban en juegos mentales de este tipo. Trabajaban, guerreaban, se enamoraban, gozaban o sufrían, sin poner en tela de juicio los datos de la consciencia o los resultados de los razonamientos. Aceptaban mansamente las opiniones generales de que la noche es obscura y que durante el día sale el sol.
En nuestro tiempo se han invertido las cosas: el hombre común es descreído; los individuos pensantes no tienen dudas y son dogmáticos. Entre los pensantes debemos mencionar a economistas, sociólogos, educadores, ambientalistas, políticos, comunicadores. Estos últimos lanzan sus pareceres como si fueran flechas conceptuales. Casi siempre aspiran a adoctrinar a quienes escuchan sus discursos o leen sus ponencias. En cambio, el público ha dejado de ser ingenuo receptor de dichos y propagandas; no se deja engañar por la retórica, sea esta ideológica a la antigua o publicitaria al estilo contemporáneo.
Ejemplos concretos podríamos enumerar hasta cubrir una página entera de periódico standard. La gente no cree que el pan integral sea realmente integral; tampoco cree en lo que dicen las etiquetas de los productos comestibles. Cualquier lata de sardinas puede contener arenques. El aceite puro de esto o aquello no siempre resulta puro. ¿Son confiables las encuestas políticas? Las promesas de los candidatos merecen menos credibilidad que los horóscopos. Los hombres de hoy han aprendido a navegar escépticos en medio de un océano de mentiras. No es una filosofía sino una traumática experiencia vital.