A PLENO PULMÓN
 Extranjeros deseados

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    Cuando un estudiante dominicano viaja al exterior a cursar una maestría en cualquier disciplina, su familia aplaude.  Muchas instituciones recaudan dinero para otorgar becas que permitan  acceso a universidades de Europa y EUA. Y está bien que así sea, pues garantizan contacto con buenos profesores y magníficos planes de aprendizaje.  El estudiante becado es un privilegiado doble: por la oportunidad de recibir formación rigurosa y por el cómodo financiamiento de su carrera.

  En estos casos los beneficios de la educación alcanzan a unas pocas personas.  Si los “profesores extranjeros” fuesen contratados para “enseñar a    enseñar”; y se trasladaran a la República Dominicana, los beneficiados podrían ser montones de estudiantes.

 No es lo mismo un estudiante solitario, que viaja para escuchar un profesor, que un profesor que se traslada para hablar ante tres docenas de estudiantes.  Los estudiantes de ingeniería de la Universidad de Santo Domingo todavía recuerdan las lecciones de matemáticas del profesor Amós Sabrás Gurréa, un académico español emigrado, quien vino a parar a esta isla a causa de la guerra civil.  Como él, muchos otros emigrados dieron frutos en diversos campos de las ciencias y las artes.  Es una necedad plantear, en lo tocante a la educación, una disyuntiva entre “extranjería y autoctonía”.  La cultura humana va  “universalizándose” a toda marcha.

 Es cierto que han existido corsarios, como Sir Francis Drake, que llaman extranjeros indeseables;  y pongo este ejemplo de la época isabelina para no mencionar por sus nombres a depredadores de la época actual.  Son muchos los oportunistas que han firmado contratos onerosos con el Estado dominicano, sin que se les considere “extranjeros indeseables”.  Todavía hay una bomba, incrustada en el techo de la catedral de Santo Domingo, lanzada por Drake durante el  sitio de 1586.  Esa bomba ya no puede explotar.  Sin embargo, tenemos “negocios extranjeros” en áreas tan delicadas como son energía y minas, que si podrían reventar.

 En cambio, el padre Luis Quinn, un extranjero nacido en Inglaterra, sacerdote misionero  Scarboro, realizó en San José de Ocoa una labor social extraordinaria.  Durante 40 años construyó escuelas, viviendas, canales de riego, presas hidroeléctricas.  Movilizó con su entusiasmo 20,000 voluntarios para  labores comunitarias.  Sin duda fue un extranjero admirable y fecundo.

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