A PLENO PULMÓN
Falsedad en escritura

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Son muchos los políticos, hombres de negocios, funcionarios públicos, que han sido acusados de incurrir en “falsedad en escritura”.  Este delito abarca varias clases de documentos.  Se puede falsificar un título de propiedad, la sentencia de un tribunal, un acta de nacimiento.  También un testamento privado, los estados financieros de la empresa de una persona fallecida. La ley castiga con severidad puramente formal a todo aquel que comete “falsedad en escritura”, sea esta pública o privada.   Notarios, abogados, oficiales civiles, conocen estos asuntos con pelos y señales.

Pero hay otras modalidades de “falsedad en escritura” que no están penalizadas por las leyes.  Se practican impunemente, todos los días y a la vista del público, “falsedades” de unas clases y de otras.  En nuestro país se adulteran las cédulas de identidad personal, las tarjetas de crédito, los títulos académicos y de propiedad.  No pasa nada; no hay ningún castigo.  Como en aquella vieja canción, “todo, sigue igual”.   Entre las modalidades especiales de “falsedad de escritura” está una que “ejercen” algunos periodistas sin escrúpulos.

El “artículo de  opinión”, la entrevista al protagonista o “incumbente”, el reportaje noticioso amañado, son “géneros menores” dentro de los cuales suele colarse – perpetrarse – la “falsedad en escritura”.  Las normas del derecho no se aplican a estas frecuentísimas “falsedades escritas para uso público”.  Existen “periodistas de alquiler” que son contratados en calidad de polemistas desaforados.  Se les dice: “vas a caerle arriba a fulano de tal”; “atácalo con uñas y dientes”.  Es ancha la manga de la “libertad de expresión y difusión del pensamiento”.

La libertad de prensa es una grandísima avenida de muchas vías; la más preciada de las libertades públicas.  Ejercer el oficio de periodista ayuda un poco a conjurar o exorcizar los demonios del despotismo; y contribuye a que la gente articule opiniones fundadas sobre asuntos públicos que le conciernen.  Pero conviene cuidarse de ciertas penosas “falsedades en escritura”.  Vale la pena defender la verdad que a menudo contiene “la escritura”, no sólo religiosa, sino también periodística.  Igualmente, es útil reconocer las ventajas políticas del respeto a las libertades públicas.  Pero la defensa del periodismo, y de la libertad de pensamiento, nos obligan al rechazo de la “perversión en escritura”.

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