No es frecuente que una familia rica pueda conservar su fortuna y acrecentarla a través de varias generaciones de administradores. El hijo del fundador de una dinastía, política o empresarial, tiene la oportunidad de ver al padre mientras edifica el emporio o el reino. Conoce directamente los esfuerzos, sacrificios, desvelos, que requiere el mantenimiento de una gran empresa. El hijo del hijo encuentra ya las cosas establecidas. Podría parecerle que los negocios seguirán andando para siempre porque en su familia ha sido así durante décadas.
Se oye decir a menudo: el abuelo y el padre de fulano de tal eran hombres muy ricos; él heredó fincas, empresas comerciales, inmuebles, pero lo ha perdido todo; el muchacho salió borrachón, le gustaba la vida muelle.
En La Habana, según me ha contado un acaudalado empresario, se decía sentenciosamente: el padre, bodeguero, el hijo, caballero, el nieto, pordiosero. Es la expresión caribeña de la teoría genealógica de Abenjaldun. Para conservar y expandir una fortuna se necesita de energías, talentos, disciplinas, que no siempre poseen los hijos y nietos de los creadores originales.
Hace cuarenta años leí Historia como sistema, un libro de Ortega escrito en 1935 y publicado en español en 1941; después conocí Ideas y creencias, otro texto de Ortega; finalmente, quise estudiar el método histórico de las generaciones. Los cambios sociales que se producen a lo largo de la historia transitan en un vehículo llamado generación. Cada generación tiene un carácter específico; lleva en su cabeza un conjunto de preferencias y desdenes. Ó sea, un sistema de valoraciones, de maneras de estimar y jerarquizar los asuntos de la vida. Las generaciones, según Ortega, coinciden un poco en todo; y en todo discrepan un poco.
Los hombres de sesenta años, los de cuarenticinco, los de treinta, no piensan del mismo modo. Cuando una familia rica logra preservar sus empresas, e insuflar en hijos y nietos el interés por mantener el patrimonio y reforzarlo, ocurre un rarísimo prodigio. Luis XIV es prototipo de monarca absoluto; Luis XV heredó ese poder total; Luis XVI lo perdió, enteramente. En Santo Domingo existen varias familias con disciplina y entrenamiento suficientes para prolongar su riqueza. Ejemplos: Vicini, León, Corripio. Son doblemente afortunados.