A PLENO PULMÓN
Filosofía cimarrona

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Los viejos se quejan a menudo de que “ya las cosas no son como eran antes”.  Las costumbres cambian constantemente.  Es natural que sean personas mayores las que perciban las transformaciones de los usos.  Los años vividos les permiten ver los sucesos desde una perspectiva inaccesible para los jóvenes.   Los muchachos no pueden comparar lo viejo con lo nuevo.  Sólo conocen “lo reciente”.  Atribuyen a Aristóteles haber dicho: “la única ventaja de los viejos sobre los jóvenes es que mientras los viejos alguna vez han sido jóvenes, los jóvenes nunca han sido viejos”.

 Durante miles de años se ha citado la frase de Heráclito de Efeso: “todo fluye”, la realidad cambia continuamente.  Nadie se baña “dos veces” en el mismo río.  Esa viejísima glosa la han tildado de inexacta algunos expertos en los fragmentos de Heráclito.  Tan pronto un hombre penetra en la corriente de un río, ya el río es otro distinto del que vio desde la orilla antes de mojarse.  El poeta Mieses Burgos escribió: “camino que camina pasa el río/ solitario, desnudo, transparente”/.  El río, ciertamente, es un “camino que camina”.  De este modo “hidrográfico” comenzó a tratarse el problema filosófico de la “identidad” y el “cambio”.

 ¿Cómo es posible que las cosas sean esto o aquello y dejen de serlo después?  Un tipo es honrado hasta que roba; un sujeto está vivo hasta que muere.   Estas cuestiones abstractas entretienen a los filósofos, a los matemáticos aficionados a la lógica.  Pero el hombre común de la República Dominicana se pregunta: ¿por qué ya no se puede salir de noche?  “Las cosas han cambiado”, los asaltantes están “por su cuenta”, se responde enseguida.  Cambian tanto las cosas, dicen los viejos, que hoy los delincuentes tienen de rodillas a la policía; y la policía mata civiles honrados “por no pararse a tiempo”.

 Los dominicanos no cortaban la caña; eso lo hacían haitianos.  Ahora los haitianos “ponen” los bloques de construcción que antiguamente “ponían” los dominicanos.  Es un “cambio cultural”.  Los dominicanos ya no venden frutas, ni “quesos de hoja”.  No quieren recoger café,   arroz, ni tomates.  “Identidad y cambio” se transforman; dejan de ser problemas filosóficos para convertirse en asuntos sociales y políticos.

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