A PLENO PULMÓN
Gimnasia del escribano (II)

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Gimnasia del escribano (II)

“Las personas que no dejan que la vida en torno les penetre por los ojos y los demás sentidos, no pueden percibir la realidad con toda su fuerza y matices.  Son muchos los escritores de oficio que no logran escribir con eficacia porque su vida y atención está centrada en los libros, no en el universo-mundo, materia básica de la cual proceden todos los libros.  Encerrados en su yo y sobrecogidos por las maravillas librescas –necesarias, imprescindibles, si se quiere-, han sustituido la vida por su sombra, por su fantasma o representación”.

“Hay hombres que saben mucho más acerca del Támesis o del Sena que del Ozama.  Ellos piensan que esos ríos son importantes, son europeos, tienen historia, son parte de la geografía física y sentimental de países con más densidad cultural que el nuestro.  Son naciones con prestigio.  El Ozama –nuestro río local- es un río desconocido.  La experiencia directa del río, de su gente, su limo, sus peces, sus miserias y su poesía, no será nunca parte de la intimidad de esos hombres.  No han experimentado la inmediata vivencia de lo fluvial.  El encontronazo ontológico no ha tenido lugar.  Y acontece que “por la propia circunstancia es por donde el hombre comunica con lo universal”, afirmaba Ortega.

Los escritores antillanos viven en condiciones poco favorables para el florecimiento de la escritura.  Sólo una vocación muy poderosa es capaz de salvar los numerosos obstáculos que se oponen a la realización de obras literarias no convencionales.  Gracias a Dios, buena parte de los escritores son tipos empecinados en hacer cosas que no interesan a nadie, no producen beneficios económicos, ni notoriedad social.  Por uno de sus lados, la literatura es hija de la insensatez.

Pero la fuerza principal que engendra la literatura es el dolor y el placer de vivir.  Es muy probable que cuando Dios terminó de crear las primeras docenas de hombres alguno de ellos dijera: “esto hay que contarlo”.  Con toda seguridad ese primer “testigo literario” debió  padecer una debilidad en la espina dorsal o una “bizquera” esencial de la percepción.  En lugar de luchar con el mundo –y apoderarse de él-, prefería reproducirlo o duplicarlo para deleite de todos los demás.

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