El gozo de estar vivo comienza por el olfato. Cuando llueve, la tierra despide un olor especial que mejora la respiración. Un campo mojado nos conecta con energías biológicas que no comprendemos del todo. Los griegos de la antigüedad decían: donde huele a pan recién horneado no entra la muerte. Parece que la muerte respeta la alegría de morder el pan; no se atreve a sacar de este mundo a un hombre a punto de saborear un pan. Para engañar a la muerte el pan es imprescindible; no sólo porque es, como todos reconocen, un alimento fundamental. No se trata de asuntos de nutrición.
La fragancia de ciertas flores, el intenso aroma de las hojas de algunos arbustos, disparan un efecto multiplicador de la vitalidad. Rosas, gardenias, violetas, producen perfumes gratísimos que estimulan secreciones favorables para la fisiología de hombres y mujeres. Las hojas de doña sanica, de eucalipto, de orégano, pueden curar enfermos con solamente olerlas. Hasta olores considerados desagradables pueden ser promotores de vida. (Los economistas deben disculpar el uso que hago de términos sacados de su profesión; ellos ya se habían apropiado, para describir la circulación monetaria, de una palabra propia de la biología. Nunca pidieron permiso).
Incluso los malos olores, procedentes de materias orgánicas en descomposición, de los excrementos de animales, tienen poderes salutíferos. He oído decir que la proximidad de un establo despacha en la brisa olores afrodisíacos. No quiero mencionar el olor de guisos, asados, salsas, que una buena cocinera dispersa en las casas bien provistas. Al gozo de vivir contribuyen los demás sentidos. Los olores son anuncios, alarmas, anticipos, indicaciones, lo mismo para perros que para personas. Pero los colores del arco iris provocan descargas emotivas que ningún psicólogo ha podido explicar. Es la magia de la radiación solar.
De los matices diversos del crepúsculo de la tarde suelen hablar los poetas. Neruda, a quien entristecían los atardeceres, escribió Crepusculario para ensartar las tardes en un collar. Entonces esperaba la noche, que calificaba de invasión poderosa. Cuando los olores y los colores de las mañanas coinciden con música de pájaros de orquesta sinfónica, piano o guitarra-, es el momento de agradecer a Dios por darnos oídos, ojos, nariz.