Ya quisieran algunos escritores de oficio tener la gracia, riqueza verbal, contundencia expresiva, que poseen ciertos vendedores ambulantes. Sin ninguna pretensión de ingenio retórico, estos hijos de la necesidad dicen lo que deben decir; con precisión milimétrica y también con inventiva creadora y humor del bueno. Las frases portan la misma energía, tanto si tratan de política como de negocios, mujeres hermosas o picardías de sobrevivencia. Sin recurrir en todos los casos al apoyo de refranes o dichos populares, ellos hacen que fluya torrencial el idioma nuestro de cada día: incisivo, sutil, grosero o vociferante, muchas veces iluminador y hermoso.
Un vendedor de naranjas y papas entregó a un cliente una docena de chinas de jugo; al mismo tiempo, colocó en una balanza tres libras de papas; el cliente objetó: no están completas las tres libras; el vendedor replicó: lo que le falta es una mierdécima; si usted pone otra papa, se pasa; si la quita, baja más la aguja; en buscar una papa que no sea grande ni pequeña se me iría la mañana. Coja sus papas; se las he puesto en la puerta de su casa. Esa onza es la propina del delivery. Hagamos un acuerdo de caballeros entre el papeo suyo y el papeo mío….
Cuando el cliente entró a su casa el vendedor dijo a una mujer: la política es un debate entre dos papeos. Al mover el carromato para seguir adelante, el vendedor lanzó una extraña sentencia filosófica: para vivir se necesita grasa gorda de caja de bolas. Pedro Henríquez Ureña, al examinar cierto texto de Borges, explicaba que, independientemente del tema y del sentido del escrito, disfrutaba al leerlo como idioma. El lenguaje humano tiende a convertirse en cliché. La publicidad va a parar al slogan; los conceptos de la filosofía llegan a ser términos técnicos.
El escritor, el poeta, el hombre de la calle, renuevan el lenguaje cuando se enrigidece por el uso y el abuso. Los problemas del vivir son impulsos electromagnéticos que tonifican todas las lenguas. Las bocas de las personas vehículos del decir, manaderos de palabras que aspiran a la belleza, al pensamiento, al intercambio comercial o sentimental. Son la grasa gorda del rodamiento lingüístico.